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Toma y Calla, una hermosa caleta convertida en tragedia

Ecocidio. No hay otro nombre para señalar lo que se le hace al mar del norte chico y en especial a lo que sucede en la caleta Toma y Calla o Media Luna en Chancay.

Hace unos días se presentaron los resultados de peruanos entusiastas que habían puesto el hombro para limpiar algunas playas del litoral peruano durante este verano y en Revista Rumbos lo aplaudimos. Pero ahora toca condenar este ecocidio, este desastre, en las playas del norte chico.

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Hace tiempo que había puesto en la mira a la playa Toma y Calla, ubicada al pie del serpentín de Pasamayo. Veranos fueron y vinieron sin poder ponerle el pie a sus  arenas, a su escondida costa. La llegada a este paraíso playero que se dibujaba en mi mente se había convertido en una obsesión y cada verano la veía eclipsar con cada caída solar.

Esta playita ubicada en el Km 75 de la panamericana me era esquiva.  Un último intento fue este verano cuando con mucha pena tuve que abandonar el sueño de verla,  ya que los buses de transporte que podían acercarme ya no pasaban más por el serpentín y en la actualidad solo transitan por la variante, una carretera paralela adecuada para el tráfico liviano y, ahora, para el transporte interprovincial. Pensé llegar en bicicleta, pensé llegar caminando, pero poco a poco los intentos se diluyeron.

Foto: Wendy Rojas

Me queda claro que no hay gestión fallida que la que no se hace. Este fin de semana que pasó, resuelta a llegar a ella y aprovechando que había pernoctado en las Lomas de Aucallama, me puse en rumbo, y, terquedad de mula, que me caracteriza, decidí «sacarme el clavo» con aquella playita.

Así que recordé mis tiempos de universidad, donde con los compañeros llegábamos hasta las localidades más difíciles solo por el hecho de que se volvía un imposible.  Solo bastaba que alguno dijera: «vamos» y ese entusiasmo se contagiaba. «Vamos», dijo entusiasta otro rumbero, Iván Reyna, esta vez y ya eramos tres persuadiendo a un taxista para que nos lleve hacia Toma y Calla.

Quince minutos bastaron para estar allí. ¿Porqué han venido hasta esta playa?, nos preguntó el taxista. «Queremos conocerla» fue la respuesta.  En tres minutos cruzamos el cerco que separa la pista del arenal y la bajada hacia la playa. Desde arriba nos quedamos perplejos. Allí estaba finalmente. Mi imposible se había vuelto posible. Y estaba feliz de salirme con la mía.

Foto: Wendy Rojas

El descenso fue con mucho cuidado por el sendero apenas dibujado en una pendiente que no parecía muy segura. Un pescador que subía con su carga nos gritó: «Van a filmar». «No», contestamos.  «Han atrapado una tortuga gigante» repuso. Nos miramos y apuramos el paso. Desde arriba veíamos su aguas verde azules y su ribera rodeada de aves playeras.

Pero cuando finalmente llegamos abajo todo se diluyó. El sueño se tornó pesadilla. A un lado de la caleta, unos pescadores desollaban a una tortuga marina. Nos acercamos a saludar y fuimos testigos de ese horrendo espectáculo. La tortuga gigante, enorme, ya había sido decapitada, y patas arriba daba sus últimos estertores mientras le cercenaban las patas y la abrían para sacar sus vísceras. No era lo único que estaba mal. A un lado de las embarcaciones cientos de botellas tiradas, regadas por allí. La playa era un basural, y hacía las veces de un matadero. El mar, transparente aún, dejaba ver su tóxico contenido: jirones de plástico, residuos de aceite y la sanguaza de la pesca del día. En la arena, casetas de madera corroídas por la brisa marina, desvencijadas, parecían abandonadas. El lugar era un muladar.

Foto: Wendy Rojas
Foto: Wendy Rojas

Así y todo la recorrimos hasta el otro extremo con la esperanza de que lo que vimos no fuera cierto. Pero era tan cierto todo. Repletas de piqueros, chorlos, ostreros, bandadas inmensas de aves playeras  cubrían como un manto el cielo de Toma y Calla y husmeaban entre los plásticos, confundiendolos como alimento.  La playa, a pesar de todo esto, no había perdido su belleza. Me ocasionó más que pena. Me dio indignación e impotencia. Porqué lo hacemos, porqué no somos capaces de llevarnos nuestra diversión consumista con nosotros, porqué el descuido de las autoridades locales que debieran estar advertidos sobre lo que ocurre en esta caleta y ponerle un freno.

Foto: Wendy Rojas

Otra reflexión inmediata fue, si la tortuga fue una pesca incidental, porqué no la dejaron libre. Desde 2014 El Minagri a través del decreto Supremo N° 004-2014-MINAGRI, ha declarado a las cinco especies de tortugas que tenemos en nuestro mar AMENAZADAS. En los ochenta la pesca de tortugas marinas tenía un índice elevado en los puertos de Chimbote a tal punto que las han puesto en peligro de desaparecer, ver una tortuga en estas aguas es una rareza. Aquellos pescadores sabían que estaban cometiendo un ilícito. Nuestro grupo evaluó el peligro y decidió dar marcha atrás en la excursión, no sin antes hacer unas vistas del estado de la playa.

Foto: Wendy Rojas

En la conversación de regreso con el taxista, el cual nos había deslizado que en esa caleta habían muchos»fumones», comentario que tomamos como aguafiestas, caímos en cuenta que lo mismo sucede en las playas: Chacraimar, Acapulco, Puerto Chancay y en Paraíso más al norte.  Mucho ubicamos al norte chico en nuestros fines de semana. Huaral, Huacho, Chancay, Barranca, Supe están en el radar playero pero es una lástima que dejemos estos lugares hechos un desmadre, luego de disfrutarlos. Ya es momento de asumir que no son solo las autoridades que no hacen su tarea. No podemos seguir esperando que otros cuatro mil peruanos recojan la basura que 32 millones dejan al pie del mar. Y es totalmente abominable que convirtamos un paraíso en una fosa del Hades.

Foto: Wendy Rojas

 

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