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Don Lucho, el bar de todas las sangres

Luis Ayudante Mendoza, fundador del restaurante-bar Don Lucho. Foto: Trilce Reyes

Si buscas un lugar donde las horas pasen desapercibidas y la charla emerja sin saber de dónde o cómo, te presentamos un bar ubicado en el corazón del jirón Quilca, en el Centro Histórico de Lima. Según los testigos, no puedes salir sin beber más de una cerveza.

Don Ciro tiene sed. Es medianoche y el eterno mesero del restaurante-bar Don Lucho lleva cinco horas repartiendo cervezas como si fuese Django con las balas, pero no bebe ni un sorbo. Si los peruanos tuviésemos su abstinencia, el expresidente Alejandro Toledo no hubiera gastado medio millón de las arcas del Estado, las fiestas patronales serían un fracaso y la marca Backus, la empresa líder de la industria cervecera en el Perú y perteneciente a la segunda corporación más grande del planeta, estaría en la quiebra.

Ciro Vásquez Paredes es la única persona en resistirse a beber una cerveza. Y más aguerrido aún, en este bar. Cuando Lourdes Flores Nano, expresidenta del Partido Popular Cristiano (PPC) y eterna desdichada, pisó Don Lucho solo para almorzar, pensó en beber unos tragos. La misma suerte tuvo Lucho Barrios cuando cantó sus últimos éxitos aquí, antes de fallecer tras una obstrucción pulmonar en el 2010. Pedro Otiniano, Oswaldo Reynoso, cineastas, senadores y diputados se han sentado en estas sillas y han relatado sus vidas como si fuesen un bolero.

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La película de Chacalón y Siete semillas, una de las últimas producciones de Tondero protagonizado por Carlos Alcántara, han tenido escenas en este bar para luego, tal vez, calmar la sed. Porque, queramos o no, Dios nos dio el alcohol como lubricante social: nos vuelve habladores y simpáticos. Y nada más agradable y respetuoso que la palabra «don» antes de un nombre; más encantador aún, antes de un apodo: Don Lucho.

Si buscamos estas dos palabras por Internet, encontraremos chicharronerías, pizzerías, bodegas, restaurantes, cafés, marcas de panetón, hospedajes y hasta un sketch del programa Chespirito donde el administrador del primer hotel donde trabaja la Chimoltrufia, Botija y el Chómpiras, tiene el mismo apelativo. Lo que lo diferencia del resto es que éste ofrece la tercera bebida más consumida del planeta después del agua y el té: la cerveza.

Quilca, un santuario intelectual

Don Lucho está en una zona histórica. Varias generaciones deben su educación audiovisual, literaria y cultural en general a esta calle, cuyo significado en quechua significa escribir, pintar o dibujar. En un tiempo donde el Internet era escaso, la globalización no germinaba y las cadenas de librerías no existían, el bulevar de Quilca (el cual fue desalojado hace casi un año por el Arzobispado de Lima y ahora es un estacionamiento) era el circuito donde todos los intelectuales entre periodistas, escritores, historiadores y artistas encontraban reposo: una opción alternativa o ‘subte’, donde varios aprendieron a comprar sus primeros libros, sintonizar sus primeros discos de vinilo y a escuchar sus primeros poemas.

En esta misma zona reposa Don Lucho, al frente donde en algún momento se hospedó el poeta por excelencia César Vallejo. Los rastros de este pasado aún tiñen del mismo tufo al jirón Quilca. Los fines de semana por la noche, tanto Don Lucho como su calle está repleto. Los comensales hacen de sus mesas cuadradas un simposio, un unplugged o stand up comedy. Los que prefieren beber en la misma calle, hacen del baño de Don Lucho un servicio público.

A pesar de que hay puras mesas cuadradas, da la impresión que al sentarte harías amistades a primera vista, por mero contagio. Las risas exageradas, lumbersexuales, lampiños, esnobs, enternados, bricheros o hasta personas repletas de tatuajes son una estirpe que se puede encontrar con facilidad. Si te quedas el tiempo necesario, sientes que tiene algo de singular y del diván del siquiatra, como todos los buenos bares.

El eterno mesero

Luis Ayudante Mendoza, alias Don Ciro. Foto: Karina Tamayo

Don Lucho y Don Ciro más parecen dos palabras que son una extensión de la otra: una prótesis. Algunos creen que Don Ciro es el dueño, pero no es así. El propietario era Luis Ayudante, pero el eterno mesero se ganó esa etiqueta a punta de cervezas.

El fiel socio-compinche-colega-amigo-mesero de Don Lucho usa el cabello tirado para atrás con limón como gel, tiene 4 guayaberas blancas, le gusta cualquier tipo de cerveza y es bonachón como todo sagitario. Siempre luce reluciente con ese delantal característico, que bien podría ser el de un carnicero o de cualquier comerciante del primer terminal pesquero de Lima, en La Victoria.

Hace 30 añosel actual mesero de Don Lucho solía trabajar en el Hotel Bolívar, el mismo que estuvo en una querella por millonarias deudas a la Sunat  y que tuvo como huésped a figuras como Mario Moreno ‘Cantinflas’, Richard Nixon o Pablo Neruda. Mientras que el antiguo trabajo de Ciro se desmorona, el bar Don Lucho, según fuentes internas, seguirá manteniendo su misma temática y mantendrá por ahora a su mítico mesero.

La misticidad de Don Lucho

Un puñado de estudiantes de periodismo confiesan que siempre vienen a este bar a realizar sus trabajos universitarios. La primera vez que cayeron por acá, fue un lunes de junio del año pasado y buscaron alguna forma de justificar su estadía.

-¿Tendrá café?- preguntó uno de ellos a doña Lucy, la exadministradora de este bar.
-No, solo cerveza- respondió.

Después de verse las caras, cómplices, decidieron hacer el trabajo a base de cebada. Pidieron dos margaritos (cerveza de un litro). Cuatro margaritos. Ocho margaritos y, como broche de oro, un par de vinos semiseco, lo cual tuvo como resultado al mejor trabajo de toda la clase y una resaca endemoniada al día siguiente.

No saben en realidad si fue por la ausencia del café, pero admiten que las propiedades que tiene Don Lucho hacen que las ideas broten, la charla emerja y los debates se mimeticen con la música. Acá encontramos innumerables baladas, música criolla de antaño y un curtido repertorio de música en su antigua rockola, a la cual también le debe uno de sus muchos nombres luego de «Bar de Ciro».

Don Lucho es uno de los recintos favoritos de los amantes del jirón Quilca, en el centro de Lima. Foto: Trilce Reyes

Luis Ayudante Mendoza, alias Don Lucho, la compró allá por los años cincuenta antes de militar en el Partido Popular Cristiano (PPC), donde era el engreído del fundador Luis Bedoya Reyes.

En 1972, Luis Ayudante fundaba Don Lucho en el jirón Quilca para abastecer a toda esa comuna bohemia, intelectual y contracultural que transitaba por el centro de Lima.

Él tiene ahora 77 años, unos pequeños ojos que parece que están a punto de desvanecerse y siempre habla en tercera persona, como si todos sus logros fuesen ajenos a él.  Recuerda con simpatía cuando incursionó en la política a los 19 años y luego llegó a ser alcalde de Villa María del Triunfo (1976-1980), durante el régimen militar de Francisco Morales Bermúdez. Destaca como gran amigo y mejor alcalde de Lima a Alberto Andrade Carmona (1996-2003), conocido por obras públicas como la Vía Expresa de Javier Prado y la recuperación del Centro Histórico de Lima, tras décadas de su abandono.

Ayudante no es solo su apellido, es una condición de su personalidad. Cuando uno de sus empleados se retiraba, le exigía a doña Lucy que les de dinero para sus pasajes. Si ve a un cliente parado en la puerta, como esperando a alguien, le implora que se siente en la mesa que colinda con el jirón Quilca y le pasa un periódico para que se distraiga. Es tan humilde que tiene un celular básico con linterna y es un fiel seguidor del Señor de los Milagros y de la corrida de toros, aunque ahora confiesa haber dejado de lado la fiesta brava.

En algún momento fue tanta su afición, que decidió colgar en Don Lucho un recuadro donde un torero está a punto de estocar a un toro. Sin embargo, los adeptos a este bar decidieron ponerle un aspa con plumón negro como símbolo de su repudio. La gente que transita por Quilca es usualmente así: contestatarios, acostumbrados a los retazos del poder y asiduos a las constantes marchas que pregonan contra el Estado.

Hace unos meses, los miembros de la Municipalidad de Lima exhortó a Don Lucho que solo podían vender bebidas alcohólicas a partir de las 7 p.m., cuando vemos perfectamente que otros bares del centro venden desde temprano con tranquilidad.

Don Lucho sin cerveza es como Houdini sin sus ilusiones o un Castañeda Lossio sin sus ‘baipases’, que son casi el mismo arte. Este es un sinsabor común que nos dejan los miembros de la municipalidad, pues son los mismos que botaban a patadas e insultos a las estatuas humanas del Jirón de la Unión y del jirón Cusco. No se sabe con precisión sus intenciones, además de no tener la misma uniformidad con otros lugares, pero esta es una de las aristas que mantiene a nuestro centro de Lima siempre a la vanguardia del carácter.

Este restaurante-bar no solo es el epicentro para recargar la vitalidad y una suerte de maná contracultural, es también el santuario de los que tienen memoria y de los que, al igual que Don Ciro en plena medianoche, tienen sed.

El dato

A inicios de este año cambiaron de dueño, pero siguen manteniendo a Don Ciro como mesero. Don Lucho está ubicado en el jirón Quilca 216, centro de Lima.

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