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Machu Picchu inolvidable

Foto: Revista Rumbos

 En los planes de fin de año Machu Picchu , nunca falta. Se multiplican las recomendaciones  para llegar hacia la máxima obra arquitectónica de los incas. Aquí una ruta para enamorarse de este legado histórico, una vez más

Nos han reiterado hasta el cansancio que todo aquel que vaya a Cusco sin conocer Machu Picchu es como si nunca hubiera estado en Cusco. Así de claro y fuerte te lo dicen. Quizá, sea esa presión turística uno de los motivos por los cuales miles de turistas nacionales y extranjeros arriban al ‘ombligo del mundo’ como si fuera un lugar de paso o una escala necesaria que les permitiera llegar a su destino final: la imponente ciudadela inca construida a mediados del siglo XV.

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Viaje en tren, bordeando el río Urubamba. Imagen capturada desde el Santuario Histórico de Machu Picchu. Foto: Gunther Félix

Pero el tiempo apremia a los que esperan, y grande es la espectativa sobre el destino más promocionado de Sudamérica. Tan visitada por su belleza natural como por la posibilidad de quien busca saber más de la cultura Inca. Ya lo decía el escritor estadounidense Bill Bryson sobre Machu Picchu: “el viaje hasta allí es un infierno”. ¿Acaso exageraría para llamar la atención?

Rumbo a la maravilla

Un primer paso para llegar a la maravilla es un  viaje sobre rieles y tienes cuatro horas para relajarte, socializar con los tripulantes o simplemente dejarte llevar por el paisaje cinematográfico que observa a través de su ventana.

Atrás ya ha quedado la estación Ollantaytambo y sus calles asaltadas por los establecimientos comerciales, enclavada a la ribera del río Vilcanota, en el Valle Sagrado de los Incas. Y es que como es de costumbres, la afluencia de visitantes en la región se ha incrementado durante la temporada seca –finales de abril a octubre–, la cual coincide, increíblemente, con la época de vacaciones en Europa y Estados Unidos.

Aguas Calientes es la última parada del viajes sobre rieles que empezó en Ollantaytambo. Luego se debe seguir en bus hasta el Machu Picchu. Foto: Revista Rumbos

Ahora es cuando la Ciudad Imperial y todos sus atractivos arqueológicos se vuelven más fotogénicos. Y eso lo saben los llegan a la estación de trenes de Aguas Calientes, o Machu Picchu Pueblo. Por supuesto que algunos viajeros recién llegados de la capital prefirieron saltarse la ruta urbana en Cusco para aventurarse directico la ciudadela inca.

Llegar de día a Aguas Calientes puede ser de lo más normal, pero arribar de noche es una experiencia descomunal. Basta con poner un pie afuera de la estación para percibir esa sensación que trasmiten las montañas que abrazan al pueblo Machu Picchu: varios gigantes a punto de aplastar a una hormiga, a punto de cubrir a toda una ciudad o, simplemente, a punto de venirse abajo. Así resulta la primera impresión, tan intimidante como fascinante.

Machu Picchu al descubierto

Hay dos opciones para subir al Santuario Histórico de Machu Picchu. La más rápida y costoso, obviamente, son los autobuses que salen y regresan cada 15 minutos. Pero si realmente desea ahorrarse algunos dólares y tiene buen físico, entonces no dude en subir por la empinada escalera que lo llevará a la cima de la montaña.

Maravilloso e imponente. Cientos de turistas recorren el santuario ubicado a 2.430 m.s.n.m. Foto: Gunther Félix
En Machu Picchu o Montaña Vieja en español se puede apreciar algunos camélidos que andan sueltos por el Santuario. Foto: Revista Rumbos

Eso sí, sea a pie o en bus, hay que madrugar en la estación de buses, situado al frente un de un puentecillo, al costado de un riachuelo. Más aún si quiere evitar las larguísimas colas que se forman por un asiento cómodo. Descuide, la espera será compensada al llegar a la ciudadela inca, que tras varios zig-zag te trasladará a la entrada, donde una ola de turistas espera al acecho.

No es para menos las ansias generalizadas de contemplar y recorrer las edificaciones de la máxima obra arquitectónica de los incas, esta solo a un paso. Una maravilla que permaneció oculta en la vegetación por cerca de cuatro siglos, con sus pasadizos empedrados y magníficos muros casi intactos. Hasta que un día fue descubierto por el agricultor cusqueño Agustín Lizárraga quien llegó a Machu Picchu de pura casualidad en 1902, como parte de su incesante búsqueda de nuevas tierras para el cultivo.

Aunque dicho mérito nunca sería reconocido a nivel mundial tras la llegada del estadounidense Hiram Bingham, nueve años después del peruano. Ahora miles de turistas recorren el lugar que en  el pasado recorría el norteamericano. Estupefactos, quedan al apreciar la brutal creación que hicieron los antiguos peruanos. Impresionados se recorre con cada rincón del templo de Las Tres Ventanas que quedaron en el tiempo, tal como lo hizo el gringo en 1911, pero con solo una diferencia: sin poder admirar la firma que dejó Lizárraga en las paredes del recinto inca, la cual fue borrada, misteriosamente.

Fin del viaje. Ante una bella ciudad como Machu Picchu solo queda admirarla por un largo rato. Un ritual que es practicado por los visitantes en su afán de encontrar el mejor lugar. Foto: Revista Rumbos

En Rumbo

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