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La infancia que (no) vemos del VRAEM

El 90% de niños en la cuenca del río Ene sufre de desnutrición crónica. Y ahora ¿Quién podrá defenderlos?

Por Gunther Félix

Iba a empezar así esta crónica: Para los andariegos y viajeros, la felicidad en los rostros de los niños asháninkas era como el laurel de una larguísima camina en medio de la selva central. El cansancio había quedado atrás y las ganas de continuar el viaje con una buena ceremonia de bienvenida a punta de masato (bebida amazónica) había sido, sin duda, la recompensa esperada tras ingresar a la comunidad nativa Parijaro. La penúltima parada de esta travesía.

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Sí, esta historia debió comenzar así, pero el rostro de Parijaro  –una de las dieciocho comunidades asháninkas de la cuenca del río Ene- no está para gracias. Lamentablemente aquí los niños agonizan. Se mueren, pero no se van solos: se llevan consigo una educación deficiente y una mala alimentación que sigue nutriendo la mortalidad infantil en el valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM).

Entre el cansancio y la alegría, una voz rompe el silencio incómodo. Lelis, lugarteniente de la comunidad Parijaro, traduce las quejas de sus compañeros. “La gripe está agarrando fuerte a Parijaro. Los niños están muriendo de diarrea y neumonía. Necesitamos un puesto de salud”, reflejan la otra cara que no muestra el turismo vivencial.

Una sonrisa juvenil en plena ruta hacia la catarata Parijaro. Foto: Bruno Tello

Eso sucede en Parijaro, una comunidad nativa capaz de custodiar a la catarata del mismo nombre, pero incapaz de vencer a la desnutrición crónica. Han perdido diez niños en los últimos años. “El problema son la neumonía y la diarrea”, dice, luego explica que el mayor problema es la distancia. A veces se debe caminar como ocho horas para encontrar otra comunidad cercana (Cutivireni) y es, en plena ruta, donde varios pequeños pierden la vida.

Desnutrición del mal

El valle de la cuenca del Ene parece haber perdido su infancia. En conversación con Ruth Buendía, presidente de la Central Asháninka del Río Ene (CARE), la realidad que nos muestra es más alarmante de lo que parece. “Aunque no lo reportan en los puestos de salud, la desnutrición crónica que tenemos en el Ene representa el 92% de la población (18 comunidad y 22 anexos)”, revela las cifras registradas en la CARE en 2016. La mayoría figuran entre los cero a cinco años y al menos hay diez niños con desnutrición por cada comunidad.

¿Las razones? La líder asháninka reitera ya no cuentan con animales para cazar y peces para pescar, pero ahora todo eso se ha esfumado debido a la presencia de colonos y taladores, y ríos contaminados por los relaves del narcotráfico. “La contaminación proviene de varios factores, pero más de los desperdicios que arrojan las ciudades de Kimbiri y Pichari al río Apurímac, en la selva del Cusco. El río Ene es el desagüe de esas grandes ciudades”, lamenta.

De acuerdo al estudio Zonificación, Ecología y Economía de Satipo, el río Ene contiene cromo y plomo. Por lo tanto, consumir los peces que nadan en sus aguas es tan mortal como beberla y eso, también, se refleja en los niveles de educación. Muy abismales.  

Y es que la enseñanza que se ejecuta en los colegios no es muy óptima que digamos. En varios casos, afirma Buendía, se ha tenido que contratar a jóvenes asháninkas que recién culminaron la escuela para que trabajen como profesor en las comunidades nativas. Solo en casos excepcionales cuentan con profesionales de otras carreras como ingenieros, enfermeras y técnicos en informática. “No hay profesores capacitados”.

Gilber Colón, jefe de la comunidad Parijaro, expone las quejas de una población abandonada por los gobiernos locales. Foto: Gunther Félix

Nancy Gonzales Pérez, traductora asháninka–castellano del Ministerio de Cultura, afirma que en los últimos años se ha venido contratando a docentes no bilingües provenientes de Huancayo . “La enseñanza no es igual. Los profesores de otras provincias no conocen la realidad de nuestras comunidades. El ritmo no es el mismo”, dice y deja entrever que las clases deben ser dictadas por profesores egresados de las mismas comunidades. Lo que debe haber, menciona, es mayor capacitación pedagógica entre sus congéneres que tiene vocación por la educación.
Motivos para reaccionar ¡ya!

Lesli Villapolo es ejecutiva del Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP). Ella asegura que ya hay presencia del Estado. Más que antes, dice. “Antes del conflicto armados, los servicios de salud y educación estaban a cargo de las misiones de las iglesias católicas. Pero ahora es distinto”, agrega.

Lo que sucede en el VRAEM –interpreta la falta de presencia del Estado- es que la población asháninka es muy dispersa, a lo cual el Gobierno peruano debería adecuarse según las exigencias de su gente. “Todavía se tiene este pensamiento de que la amazonía es un espacio vacío por colonizar”.

La alimentación se basa en yuca, frutas, masato y, de vez en cuando, pescados. Foto: Gunther Fpelix

La especialista, aunque no desea que la llamen así, también hace una crítica a los programas nacionales del Ministerio de Educación (beca18) y el Ministerio de Salud (Qali Warma). “Deberíamos evaluar si estos programas han resultado como se esperaba en un principio”, precisa sin antes dejar de mencionar que el problema de varios niños es el choque cultural: deben adaptarse al currículo nacional cuando debería ser al revés. “La institución no está respondiendo a las exigencias de estas comunidades”, exige un cambio.

Antes de la guerra interna -esa que despojó a miles de asháninkas de sus tierras- se calculaba que en promedio un joven terminaba la primaria recién a los 18 años. Pero esas estadísticas ya quedaron atrás. Aunque se note un cambio en la forma de educar, la deficiencia continúa en las infraestructuras.

Pero si hablamos de salud, las cosas no cambian tanto que digamos. Para Villapolo hay varios factores, pero las principales son cuatro: el acoso del terrorismo y narcotráfico provocaron que los asháninkas abandonasen sus tierras fértiles, una fuerte presencia de colonos que descienden de la zona andina del país, la deforestación de los bosques a causa de la tala ilegal y la agricultura andina, y el Cambio Climático (los riachuelos se secan y las tierras se resquebrajan).    

Entonces, se comprueba una vez más que los asháninkas supieron adaptarse muy bien por varios años al nuevo orden mundial sin la presencia del Estado.

Hace algunos días, la Central Ashaninka de Río Ene anunció que está en coordinación con el Gobierno Regional de Junín para la ejecución del proyecto «Mejoramiento de condiciones básicas para la atención integral de los niños y adolescentes en alto riesgo de vulnerabilidad de 17 comunidades nativas y 33 anexos de la cuenca del rio Ene, en los distritos de Mazamari, Río Tambo, Pangoa – Región Junín”.

Refuerzo escolar impulsado por el Gobierno Regional de Junín en coordinación con la CARE. Foto: CARELa propuesta intervendrá en favor a la educación y salud de las familias asháninkas. Una de ellas es que los albergues de las comunidades de Potsoteni y Quempiri brinden alojamiento, refuerzo escolar y ejecutar actividades extracurriculares para mejorar el rendimiento académico de los jóvenes.

Asimismo, se vienen aplicando talleres y visitas domiciliarias a 50 familias voluntarias que han decidido tener estilos de vida saludable y mejorar la preparación de sus alimentos  con el fin de reducir la desnutrición crónica infantil. El cambio se está dando, lo anuncian, lo afirman, lo difunden a través de las redes sociales. Esperemos que así sea. Parijaro necesita ser escuchado, pero sobre todo ser atendido por el Estado.

 

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