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No hay nada que celebrar

Defendamos nuestra selva de las perforaciones y los derrames. Pero también de la deforestación a mansalva. Foto: Martín Vargas

Este es nuestro manifiesto en el Día Internacional del Medio Ambiente. Es justo y necesario.

Por Martín Vargas

Hoy se celebra el Día Internacional del Medio Ambiente pero, para ser absolutamente consecuentes y sinceros, en Rumbos creemos que en el Perú no hay nada que celebrar. Aunque hay esfuerzos particulares por mitigar los efectos del cambio climático, como los que desarrolla -por ejemplo- Amazónicos por la Amazonía (AMPA), el país anda cojo, ciego, mudo y sordo en materia ecológica.

El gobierno no la ve -o no quiere verla- y por eso no articula un plan nacional de desarrollo integral. Una suerte de hoja de ruta transversal a todos sus ministerios, instituciones y programas involucrados en el quehacer ambiental. Por el contrario, parece darle la espalda a la naturaleza y pesa más el interés por mejorar los indicadores del Producto Bruto Interno (PBI)… a como de lugar.

Se pretende generar más inversión de actividades extractivas y altamente contaminantes, y una prueba de ello lo dio hace poco el Ministerio del Ambiente. Como se recordará, cerró los ojos y puso en pausa la memoria para no recordar los análisis de plomo en la sangre -del 2015- realizados por la Estrategia de Metales Pesados de la Red de Salud del Yauli en La Oroya.

Ese estudio demostró que cientos de niños nacen con plomo en sus cuerpos. Se identificaron valores superiores a los 2.000 mg/Kg de plomo, cuando el estándar nacional es de 140 mg/Kg; es decir, 10 veces más el valor considerado “permisible”.

Pero no obstante el peso de la infausta realidad, en abril pasado se decidió elevar el parámetro de emisión de dióxido de azufre de 20 a 250 microgramos por m3, para hacer factible la subasta del complejo metalúrgico de La Oroya. La verdad, increíble.

Al parecer el Estado no sabe que el Perú pierde 120 mil 782 hectáreas de bosques al año por culpa de la deforestación, lo cual pone en jaque 73 millones 280 mil hectáreas de bosque que tenemos, y que se encargan de transformar el dióxido de carbono (CO2) en oxígeno.

Debe desconocer, seguramente, que el Perú emite cada día a la atmósfera 380 mil toneladas de CO2, lo que equivale a 138 millones de toneladas por año. Es más que seguro que nadie les tocó el hombro para avisarles que se han generado más de 1000 lagunas producto del deshielo glaciar.

Caramba. Deben estar absortos en defender a sus ministros de las interpelaciones, tanto que ignoran que las montañas andinas perdieron al menos el 25% de su superficie glaciar desde 1970, y el deshielo sigue acelerándose.

Es más que seguro que olvidaron que en los últimos 40 años los glaciares de las 19 cordilleras nevadas que tenemos, perdieron más del 40% de su superficie. Pero claro, los funcionarios salen en la televisión y en los diarios lamentando la decisión de Donald Trump (presidente de EEUU) de retirarse del Acuerdo de París, ese gran foro que espera frenar el cambio climático, que tiene 146 países luchando contra la contaminación, y que espera llegar al 2050 sólo con dos grados centígrados por encima de la actual temperatura.

Seguro que al Estado peruano lo alivia saber que sólo produce el 0,5% del CO2 mundial. Es previsible que en noviembre, cuando de desarrolle el Primer Congreso Internacional de Cambio Climático en Huaraz, se escuche un iracundo discurso contra la contaminación y sus jinetes del apocalipsis. Y esa retórica y compromiso sonará bonito, tanto como las gotas de lluvia en la amazonía, el reducto de la biodiversidad que hoy se acaba -como dice la canción de moda- despacito.

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