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Destinos Largos

Cinco tesoros que debes conocer en Tahití

Le decían Otaheite y en 1774 cuando las cruces y los mosquetes desembarcaron en sus playas, un acomedido oficial español no tuvo mejor idea que bautizarla como la Isla de Manuel de Amat y Junyent, en honor y subordinación, claro está, al entonces virrey del Perú.

Pero esa no sería la única ligazón histórica entre el Perú y la isla más grande y exótica de la polinesia francesa. Paul Gauguin, el extraordinario pintor postimpresionista que vivió cinco años en nuestro país y se enamoró de Lima, terminó también fascinado por la gente y la geografía de este paradisiaco lugar llamado… ¡Tahití!

A 244 años del “descubrimiento” oficial de la isla (en realidad son dos islas), Tahití sigue siendo un destino fascinante, misterioso y sobre todo mágico. El lugar aún conserva la pureza como un auténtico bálsamo para los sentidos. Un destino que se ancla con las 118 pequeñas islas que conforman el misterioso y exótico archipiélago en el pacífico sur.

Y en Tahití, al margen de las rutas establecidas, puedes escaparte y disfrutar de cinco propuestas “top secret” que revelan algunos de los secretos mejor guardados de estas islas que en realidad son dos volcanes que un día se apagaron, dicen, por obra y gracia de súplicas paganas.

Tahití por dentro y por fuera

Si estás en Tahití no puedes soslayar un tratamiento corporal sui generis. El Kahaia spa del hotel Four Seasons Resort Bora Bora dispone un bizarro tratamiento donde la tradición se funde con las prácticas occidentales con una sola misión: nutrir y equilibrar. La piel se suaviza con el exfoliante natural “Kahaia body scrub” (polvo de las legendarias perlas negras tahitianas y fragante vainilla nativa). Tras preparar la piel viene un masaje corporal y facial holístico y anti-estrés rico en algas orgánicas. ¿Y qué miras mientras recibes la terapia? Pues el incomparable monte Otemanu, los valles de hibiscos y su hermosa laguna. Impagable postal.

El segundo punto en tu aventura en las islas es, sin duda, recibir una impresionante puesta del sol. Una sensación de absoluta paz invade cuerpo y mente al contemplar cómo el sol se hunde en el océano y lo pinta de colores aún por bautizarse. Todo el espectáculo puede apreciarse desde el restaurante Le Belvédère, en la isla capitalina de Tahití a 600 metros de altura y a los pies del Monte Aorai. Desde ese punto también se puede ver Papeete, la laguna, el arrecife y en el horizonte la isla de Moorea. ¿Imposible pedir más, cierto?

Pero la belleza no sólo está en la superficie. Con un equipo básico de buceo es posible sumergirse en las cristalinas aguas de la “isla de la vainilla”. Una inmersión en la que puedes llegar a sentir tu propio pulso, mientras buceas entre impresionantes jardines coralinos. Es una aventura que no permitas que nadie te la cuente. Tienes que vivirla y dejarte rodear por miles de peces tropicales y una caprichosa pero increíble vegetación submarina.

Las misteriosas Islas Marquesas

Estamos ante el archipiélago más septentrional, situado a 1.400km al noreste de Tahití, pero es un destino sólo apto para ávidos viajeros. Majestuosas islas volcánicas que nacieron abruptamente sobre las aguas del Pacífico para cautivar al viajero. Su sensual naturaleza tuvo de rehenes a artistas como Gauguin quien supo deleitarnos con una paleta de colores inmortales. Para llegar basta un vuelo de Tahití a Nuku Hiva (3h30min) o el crucero Aranui y su expedición de 11 días.

Un lujo para la soledad es, sin duda, navegar en catamarán por los atolones de Tuamotu. Las 76 islas y atolones coralinos de la zona surgen como un laberinto a lo largo de un arco de 1.500 km. Súbete al chárter náutico Haumana Cruises y siente las olas rompiendo contra la barrera coralina y las palmeras “niau” ondeándose en impolutas playas. La embarcación tiene 17 camarotes, jacuzzi, una propuesta gastronómica exquisita y actividades acuáticas como buceo, moto de agua o pesca. ¿Se podía pedir algo más?

El dato:

El vuelo promedio entre Lima y Tahití dura aproximadamente 9 horas y 45 minutos

 

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