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San Ignacio: Un destino, muchas historias

Frente al dilema de no saber cómo empezar esta crónica, el autor entrelaza sus vivencias y recuerdos en la provincia de San Ignacio, al norte de la región Cajamarca, convencido de que cada suceso de su recorrido es tan valioso que merecería ser el principio de su relato. En esas disquisiciones va describiendo su itinerario y revelando las historias de varios emprendedores que luchan por desarrollar esta tierra de verdor montañoso.

Texto: Rolly Valdivia Chávez

Quiero empezar por el principio, pero existe un problema: hay más de un principio. Sé que es difícil de entender -lo es incluso para mí- y que lo más sencillo sería empezar con mi llegada al destino sobre el que voy a escribir. Eso es lo que debería de hacer o estar haciendo ya, ahora, en vez de torturar a mis neuronas -y a las de ustedes- con estas disquisiciones que pueden parecer completamente inútiles.

Espero que me disculpen y les prometo que tarde o temprano sacudiré mis dudas y redactaré un texto ordenado, emotivo, digamos un poquito seductor -si me permiten florearme un poquito-, mientras tanto, es decir, mientras encuentro mi principio, dejaré constancia de que ‘sorpresa’, ‘sorprendido’ y ‘sorprendente’, fueron palabras claves en mis andanzas en la provincia de San Ignacio (Cajamarca).

Plaza de la integración

No son las únicas. Hay otras que irán apareciendo cuando sepa si todo comenzó con mi arribo al aeropuerto de Jaén (la provincia vecina) y el posterior viaje carretero hacia la plaza de la Integración, el corazón de la ciudad que iría descubriendo; o fue acaso con la ‘cachadita’ en Mandinga, donde -según cuentan- surgió esa costumbre cuyo nombre genera confusión y malos pensamientos.  

Un principio entre muchos principios. El primer desborde de adrenalina en un parque extremo, la taza precursora de un café de calidad, humeante y sin azúcar, las visiones inspiradoras de un horizonte montañoso, los pasos exploratorios por el monte en busca de unas cascadas, los caminitos de las fincas donde se siembra sostenibilidad o las voces de él o ella describiendo sueños que ya son realidad.

Cada parada, cada visión, cada vivencia, cada palabra escuchada, cada momento que se convertirá en recuerdo, fue -de alguna o muchas maneras- un inicio, un primer paso en un destino que no era prioridad en mi agenda viajera, pero ahí me tienen, entusiasmado y sorprendido con una perfecta cara de primera vez, de recién llegado que se enrojece y asusta un poquito con aquello de la ‘cachadita’.

Todo empezó con un susto

Sí, quizás lo mejor sea empezar por ahí, aunque la historia me la contaran al final luego de haber volado y navegado, de tomar tanto café como para pasar varias noches de insomnio, de brindar con aguardiente, cerveza artesanal y vino de café -todo en estricto cumplimiento de mi labor profesional- y de sentirme un arqueólogo en un yacimiento de pinturas rupestres, cuyos trazos se remontan a 5000 años.

Y me sentí agricultor en las fincas cafetaleras, barista en una cooperativa que atesora granos de buen puntaje, artesano que trabaja y crea con los insumos del bosque, danzante en una plaza ataviada por las primeras sombras de la noche, aventurero que se impone al calor sofocante y a los caminos enfangados; pero, más allá de eso, me sentí bien, siempre bien en mis idas y venidas en San Ignacio.

Tan bien desde mi encuentro con el resto del equipo de Rumbos después de volar de Lima a Jaén hasta la conversación con Daly Rangel Pinzón, una de las herederas de Gonzalo Rangel, reconocido como el iniciador de las ya tradicionales ‘cachaditas’ sanignacinas. Jocosa y risueña, ella acepta con sabia y divertida resignación las bromas y jugarretas que le hacen por ser la ‘hija del cachero’.

Ella no se molesta. Total, es la pura verdad, fue don Gonzalo quien trajo la costumbre al caserío Mandinga -una zona en la que se destila aguardiente-, después de llevarse un susto de aquellos con su esposa, Celia, y una de sus hijas. “En 1990 a mi hermana la mandaron como maestra rural a La Catagua que queda por Huarango, entonces, Mamá y papá fueron a dejarla en una acémila”.

“Al llegar -recuerda Daly que en aquel entonces tenía ocho años- los padres de los de los alumnos recibieron muy contentos a mi familia. Ellos les sugirieron acomodarse y descansar hasta la noche, porque en la noche -esa noche- iban a ‘cachar’”. Eso encendió las alarmas y generó pavor. “Todos nos van a ‘cachar’, se preguntaban preocupados y con miedo”.

Asustados -pero bien bañaditos y arreglados por si acaso- ansiaban que las horas se alargaran infinitamente. De más está decir que fue en vano. “A las siete fueron a buscarlos. Señorita, venga para acá. Vamos a ‘cachar’. Ella hizo caso, pero pensaba ‘qué me van a hacer’. Al salir, se le acercó la abuelita más viejita con una cacho en la mano. Cuando la vieron les regresó el alma al cuerpo”.

Lo que ocurrió después es fácil de imaginar. A don Gonzalo –“que provenía de una familia de guaraperos”- le gustó la idea y buscó a un amigo que era artesano y hacía zapatos, para que los cachos tuvieran forma de botella y se pudieran asentar.

“Él se apellidaba Cachay”, remata con picardía Daly, desde una de las mesas del restaurante campestre El Cacho, donde comer y cachar es un placer.

Ella maneja el negocio desde la muerte de su padre en 2020 (tenía 64 años y 7 hijos, 6 mujeres y un hombre), un negocio que empezó como una pequeña tiendita en la que se vendía chancaca y aguardiente, pero que hoy es reconocido como el lugar en el que nació el ‘cacho’ en 1990. “Es posible que abramos un segundo local en Jaén”, revela sus planes Daly, antes de ofrecernos la última ‘cachadita’.

Sueños de café

La última en su restaurante, en San Ignacio y de esta crónica, para que no vayan a pensar que solo nos dedicamos a empinar el codo y que por andar en esos avatares dejamos de ir a la Quinta San Antonio, donde Manuel Arias (72) está convencido que “los agricultores podemos contribuir a la recuperación del bosque”; y Juan Rivera Bravo de la parcela Los Pinos, aplica estrategias de desarrollo sostenible”.

“Nuestro sueño es ser buenos cafetaleros y tener una parcela modelo”, proclama entre los cultivos que han rendido lo suficiente como para darle educación a sus hijos. ¡Salud, por eso!, aunque mejor no mencionar esa palabra porque recordaré la agitada parada en el trapiche San Nacho, donde Francisco Aldaz Pesante, advierte que el aguardiente “hay que tomarlo de un solo trago” para que no pase nada.

Su consejo no es muy efectivo. El trago me mueve como los juegos de aventura del Cerro Campana, de la Balsa Extrema del río Chinchipe (Puerto Ciruelo) o del canopy del Mandinga Peña Azul Extremo, ‘el más largo de Sudamérica’, según su propietaria Yuli Aranda, pero, a pesar de ese estado, logro apuntar en mi libreta que en el trapiche de los Aldaz “se utiliza caña nativa, natural de San Ignacio”.

Resistí y sobreviví a las actividades de adrenalina y a los tragos que deben tomarse de un solo trago en San Nacho y en Inkasi, donde Danny Castillo produce destilados de café y chocolate, pero también café filtrante. Una novedad que muestra el espíritu emprendedor de los hijos de esta tierra, quienes se esfuerzan por crear, innovar y darle usos distintos a los granos que producen sus fincas.

Es por eso que en la Casa Faical, Marlon Montenegro y su equipo de trabajo, aprovechan el café orgánico al máximo, para crear desde jabones hasta vino que se prueba, se comparte y se disfruta, como los helados artesanales que se preparan aquí, con cariño y dedicación. Es por eso, también, que Edwar Larreátegui, ha creado Kaphiy, una cafetería al paso “tipo Starbucks, pero de mejor calidad”.

Ahora entienden mi confusión. Se dan cuenta que cada parada en la ruta es el principio de una historia, como la de Yoneli Chuquihuanga quien hizo realidad su sueño “aunque a veces tiene un poquito de pesadilla”, bromea la mujer fuerte de Esencia Café, quien con su esposo Roger Aguirre, abrieron su negocio en diciembre de 2019, meses antes de que la pandemia nos llevara al encierro y la inmovilidad.

No fue fácil mantener el negocio. Los tiempos no permitían ir a tomarse un cafecito, pero resistieron. La pesadilla acabó. Yoneli y Roger continúan con sus sueños. “Podemos mejorar y reinventarnos. Nuestro reto es innovar”, revela frente a un capucchino de guayusa, la planta amazónica que, dicen y repiten los sanignacinos, embruja a quien la toma, ‘convenciéndolos’ a volver una o varias veces.

Que sean varias, pienso en Peroles Negros, una cascada fascinante a la que se llega andando y observando un horizonte montañoso. Que sea pronto, repito mientras trato de descifrar los trazos milenarios del Cerro Faical, un fabuloso yacimiento de pinturas rupestres que devela las vivencias de los antiguos. Que sea siempre como ahora, un descubrir sorprendente de lugares que no estaban en mi agenda viajera.

Decidido: ¡volveremos en busca de otros Rumbos!, porque San Ignacio -la provincia donde cada experiencia fue un principio- atesora entre sus bosques y en las historias de vida de su gente, un sinfín de experiencias que quiero vivir y compartir con ustedes, aunque a veces torture un poquito -solo un poquito- mis y sus neuronas.

En Rumbo

El viaje: Desde Lima la vía más rápida es volar hacia Jaén (la provincia vecina) y de ahí continuar por vía terrestre (dos horas, aproximadamente). Desde Cajamarca, la capital regional, el viaje por carretera dura de 8 a 10 horas.

Al norte: Por su posición geográfica la provincia de San Ignacio limita con el Ecuador.

Buenas noches: En el Gran Hotel de San Ignacio (jirón José Olaya 518. T. 51 976 610 097)

Acción: La provincia cuenta con varias opciones de adrenalina, como el Parque de Aventuras San Ignacio Extremo del Cerro Campapa, donde hay diversas atracciones que coquetean con la altura y la profundidad; la Balsa Extrema en las orillas del río Chinchipe, ideal para quienes buscan experiencias acuáticas; y el Mandinga Peña Azul Extremo, que cuenta con un canopy de 2.5 kilómetros de extensión.

La danza: Faical es el nombre de una de las estampas folclóricas más representativas de la provincia. Esta danza representa la escena de caza trazada por los antiguos en el yacimiento de pinturas rupestres.

Los souvenirs: en Ecoventur un emprendimiento de artesanía ecológica, a abase de semillas, café, huayruros, entre otros elementos naturales. Dirigido por Rosa Adanaque, se encuentra al frente del Gran Hotel.

Más información: Visite la edición virtual de nuestra revista. https://www.flipsnack.com/rumbosperu/revista-rumbos-digital-4.html, donde encontrará otros detalles de los atractivos de San Ignacio, además de una guía gastronómica.

Rumbos del Perú agradece a la Municipalidad Provincial de San Ignacio, a Cajamarca Travel y a todos los ciudadanos que apoyaron decididamente la realización de esta travesía.

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