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Ambiente

La prioridad urgente de salvar la Amazonía

  • La región con mayor biodiversidad del mundo se encuentra amenazada por niveles de deforestación cercanos al punto de no retorno. Pese a ello, los países implicados no alcanzaron acuerdos en la última cumbre de agosto, celebrada en Brasil

Por David Roca Basadre / Contexto y Acción

La Amazonía cubre apenas el 0,5% de la superficie del planeta, pero contiene el 10% de su biodiversidad, lo que la convierte en el hábitat con mayor biodiversidad del mundo, biodiversidad que, sin embargo, se conoce en poco más de una décima parte. Contiene, asimismo, el 20% del agua dulce del planeta. La transpiración de la floresta genera, además, los llamados “ríos voladores”, que son grandes cantidades de vapor de agua transportada desde la superficie de la selva amazónica hacia otras regiones, donde se condensa y precipita; estos “ríos” de vapor de agua desempeñan un papel crucial en el ciclo del agua y en el clima global. La conservación de la Amazonía, pues, es fundamental para el equilibrio de los ecosistemas globales, y la vida sería otra si la Amazonía desapareciera. 

Y, sin embargo, los niveles de degradación/deforestación en conjunto están a punto de alcanzar ya el punto de no retorno, de sabanización irreparable, estimado en el 20% del territorio. De perder la Amazonía, la región podría pasar a emitir suficiente dióxido de carbono como para hacer inútiles todos los esfuerzos internacionales invertidos en mantener al planeta por debajo de los 1,5°C de incremento de la temperatura que la comunidad científica considera aún manejables.

Pero el balance de pérdidas es alarmante. Entre 1985 y 2021, la Amazonía perdió 75 millones de hectáreas (Mha) de bosque, según la RAISG (Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada). 

Este proceso es desigual, pues los niveles de degradación/deforestación son mayores en países como Brasil y Bolivia, donde la sabanización ya es un hecho visible. Resta saber, con esperanza, que las zonas vírgenes y de baja degradación cubren el 74% de la Amazonía, y que es posible restaurar un 6% adicional. Pero hay que actuar ahora.

Cumbre de presidentes amazónicos

Cinco de los 17 países megadiversos (países que albergan el mayor índice de biodiversidad de la Tierra) son amazónicos –Brasil, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela–, y junto a los otros tres países también amazónicos –Bolivia, Guyana y Surinam– debieron llegar a acuerdos trascendentes para sus propios pueblos y para toda la humanidad, en la cumbre presidencial de países amazónicos que tuvo lugar en Belém do Pará, Brasil, los días 8 y 9 de agosto. 

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La Guyana Francesa no participó: el poder colonial francés ni siquiera comunicó a los representantes oriundos del que es el noveno país amazónico, y envió discretamente a su embajadora en Brasil con un mensaje, a pesar de que el presidente del país organizador, Lula da Silva, había invitado a Macron. Pero todos decepcionaron. El resultado del evento fue un extenso documento con varios acuerdos importantes, sin duda, pero sin señalar indicadores para medir sus avances. Y menos aún aprobaron acuerdos definitivos que ataquen a la yugular del problema: deforestación cero para 2030, o terminar definitivamente con las actividades de extracción de combustibles fósiles (gas y petróleo) en la Amazonía, propuestas que fueron impulsados por los principales animadores del evento: Gustavo Petro, de Colombia, y Luiz Inácio Lula da Silva, de Brasil. Ello, a pesar de la aceptación general y formal de la Iniciativa “Amazonía para la Vida: protejamos el 80% para el 2025”, aprobada con el voto de 32 países y 541 organizaciones no gubernamentales durante el Congreso de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) de 2021, en Marsella, Francia, por iniciativa de las organizaciones indígenas, a fin de evitar el punto de no retorno, y que fue citada muchas veces. 

Pero ni la unánime aceptación del hecho concreto de que son los territorios amazónicos manejados por las poblaciones indígenas los que permanecen en mejores condiciones permitió que la voz real de las organizaciones indígenas prevaleciera. 

La conquista de la Amazonía

El hecho del que no se observó mayor consecuencia en las conclusiones es que los territorios amazónicos bajo cuidado de las poblaciones indígenas, y las áreas de conservación, son los que han sufrido menor deforestación, o incluso ninguna. Los responsables de la devastación amazónica son las actividades extractivas –particularmente la minería ilegal, pero también las grandes actividades legales de extracción petrolera o de gas–, los grandes proyectos de infraestructurala expansión del agronegociola ganadería a gran escala, y la masiva pequeña agricultura intensiva y ganadería (entre la que hay que contar a colonias religiosas, tal es el caso de los menonitas y otras). Ello implica el mantenimiento de un proceso colonialista que supone la superioridad del colono con sus rudimentos tecnológicos, sobre la actividad recolectora y de caza de la población nativa, sus conocimientos del entorno y su valor, desestimando así sus cerca de diez mil años de ocupación y adaptación al entorno. El racismo como argumento. La historia se repite. 

Durante toda la etapa colonial, la Amazonía fue vista con desinterés. El proceso de ocupación se inició con más empeño en el siglo XIX por los Estados nación recién constituidos, como parte de sus proyectos de consolidación. Desde que se iniciara en todos los países amazónicos, fue siempre conflictivo. La defensa del territorio de los nativos versus la codicia o la búsqueda de supervivencia de grupos humanos muy diferentes de los nativos amazónicos, y sin conocimiento alguno de ese ecosistema y sus demandas ha traído mucho daño, incluyendo cientos de asesinatos, sobre todo de quienes defienden sus tierras ocupadas hace milenios.

Quizá el ejemplo más paradigmático de invasión en esos inicios fue el de los caucheros que esclavizaron, maltrataron, torturaron y asesinaron a poblaciones indígenas en los territorios de Colombia, Perú y Brasil. Pero también se iniciaron las invasiones de colonos de procedencia pobre, que ingresaron a la Amazonía con idearios de vida formados en otros ecosistemas y que desarrollaron, y desarrollan, actividades agrícolas y de ganadería destructivas, padeciendo al mismo tiempo las dolencias propias de su desadaptación. En un texto de 1944, el doctor Máxime Kuczynski, ilustre médico de larga trayectoria en la Amazonía peruana, describe las plagas y males que abundaban entre esos pobladores recientes, y señala los contrastes con la población originaria: “De muchas personas que actualmente se establecen neófitos, en la región amazónica, se puede decir que (…) descuidan las reglas más sencillas de la alimentación e higiene personal y doméstica, que son plenamente capaces de garantizar su vida sana hasta en esta zona, hostil al hombre ignorante… Los indios todavía viven en grupos pequeños, bastante aislados unos de los otros. Siguiendo una vida relativamente limpia que evita infestaciones densas con parásitos intestinales; una vida protegida visiblemente por una alimentación que acepta una multitud de alimentos silvestres, exenta de los “tabúes” de los colonos que provienen de manera muy humana de sus hábitos alimenticios”.

Ese malentendido del colono con el territorio amazónico se extiende a todo su proceso de instalación, y se hace acompañar por la voluntad del Estado de imponerse sobre la población originaria con los argumentos de la modernidad y el progreso, y la necesidad de incorporar “a la patria” esos territorios que, desde un inicio, se declararon deshabitados. La baja densidad poblacional, la nula aglomeración de los pobladores indígenas, indispensable para cuidar la Amazonía y la vida que de ella depende, y que, durante siglos, supo cultivar el habitante originario, fue usada como argumento para decidir la vaciedad del bosque y la necesidad de ocuparlo. 

Presidido todo ello de la prédica misionera. Exactamente igual a la ocupación europea del siglo XVI, la cruz y la espada actúan en simbiosis invasora al servicio de los diversos Estados-nación amazónicos, y con desdén de los pueblos originarios. 

Hoy

La población de la Amazonía, hoy en día, alberga un 9% aproximado de población indígena originaria, el resto es población “colona”. La UICN reconoce a los territorios indígenas como corredores biológicos que fomentan la conectividad entre áreas protegidas y permiten el desplazamiento de las especies y el funcionamiento de los ecosistemas, estableciendo así una continuidad de sobrevivencia del bosque entre ambos espacios. Una continuidad en peligro por la escasa preocupación de los Estados por sanear legalmente la posesión milenaria de las tierras indígenas que, por ello, son objeto de invasiones y desposesión a la fuerza. 

El “colono”, un extraño, sigue teniendo, salvo aquellos casos existentes de adaptación y respeto al ecosistema de la selva húmeda, como el caso excepcional de personas como Chico Mendes en Brasil, una relación distinta hacia el entorno, más de uso para el desarrollo personal y lucha contra la propia pobreza o por lucro, que no obedece a los patrones amazónicos originarios, orientados al mantenimiento de las fuentes de vida, de su relación estrecha con el entorno del que que han brotado sus desarrollos culturales.

El problema tiene, así, dos rostros: el de los grandes emprendimientos extractivos, de explotación agroindustrial o ganadera, o las obras de infraestructura inadecuadas, por un lado; y por el otro, el de grandes masas de población pobre proveniente de ecosistemas muy diferentes, que buscan en la Amazonía formas de salir de su situación mediante la actividad rural. 

Se trata, en suma, de problemas estructurales que tienen que ver con la misma visión, organización y gestión de los Estados.

Volviendo a Belem do Pará

Si bien las alusiones al protagonismo de los pueblos indígenas, a su aporte para el cuidado de la Amazonía como indispensable, en todo momento ha predominado y predominó en el discurso de los representantes de los países presentes en la Cumbre de Presidentes Amazónicos, lo real es que los Estados persisten en una visión del territorio meramente utilitaria, al servicio de supuestos proyectos nacionales, y que siguen utilizando los mismos argumentos decimonónicos del progreso, la modernidad y la superioridad de sus conocimientos sobre los de los habitantes originarios. La obstinada resistencia de uno de los países –Bolivia, segundo país amazónico con mayor cantidad de pérdida de bosques, pero también en serios aprietos económicos estos tiempos– a que figure la propuesta de deforestación cero para 2030, lo que bloqueó esa decisión, es la mejor demostración de la expectativa que sigue generando la explotación inmediata y utilitaria de la Amazonía como zona de sacrificio para el beneficio “de la patria”. 

Ello, al mismo tiempo que no hay una mirada de conjunto a los Estados constituidos, de manera que se pueda generar alternativas no solo, obviamente, directas para el mismo territorio amazónico, sino para las regiones que proveen de tanto migrante pobre, ni para detener toda actividad, del tipo que sea, legal o ilegal, que contribuya a la degradación/deforestación de la Amazonía. 

Esta cumbre de países amazónicos, que no es la primera, ha sido sin embargo la más trascendente por el impulso y el ánimo que le pusieron sus principales promotores: Gustavo Petro y Lula da Silva. La próxima cita será en Colombia en 2024. Los dados están echados, el tiempo corre, y es necesario que, más allá de los aspectos puntuales propiamente amazónicos, los gobernantes sepan asumir miradas más complejas, integrales e indispensables para el objetivo de no llegar al punto de no retorno en el desgraciado camino, que hay que detener, de destrucción del bioma amazónico. 

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