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Cultura

Lauricocha 10 mil años de olvido y un suspiro de gloria 

Foto: Flor Ruiz

Desde el periodo lítico hasta la República, Lauricocha, en Huánuco, ha sido un lugar de permanente ocupación humana.  Aquí hay una puerta de entrada al paleolítico peruano, una fascinante ruta que debería ponerse en valor,  si se quisiera.  

Por: Álvaro Rocha

El viejo agachó la cabeza como quien pretende fundir su mente en el pasado. Se preparaba para darnos un discurso sobre la historia del llamado “templo de las 14 ventanas”, lo escuchaba Julinho Aguirre, incansable promotor de la cultura huanuqueña, parte de su familia, y Gloria. Antonio Sánchez, el viejo, empezó bien: “Hace 12 mil años culminó la última era del hielo, desaparecieron los glaciares y una tribu fue detrás de las tarucas y auquénidos que habitaban este espacio geográfico. Ocuparon estas cuevas, ubicadas en la parte alta del valle, donde les era fácil divisar a las tropillas de animales silvestres. También eran artistas, pues plasmaron escenas de caza en las paredes”, resumió Antonio.

Vista panorámica de Lauricocha desde las cuevas que ocuparon los primeros cazadores y recolectores peruanos. Foto: Flor Ruiz

De pronto, Gloria lo interrumpió con una pregunta: “¿Cómo así Augusto Cárdich descubrió estas cuevas?”. A pesar de haber sido un líder social, el viejo tambaleó y empezó a tartamudear: “Eeeeh…la veeerdad no lo sé…creo que nooo fueee un descubrimiento”, alcanzó a responder. Y es que Gloria, aunque es una recia mochilera, va a contramano de la ola feminista (“soy feminista en lo que se refiere a igualdad de oportunidades, pero también femenina”, dice), siempre está bien producida, y ataranta con el espectro de su belleza. Claro, no tiene la audacia de Julia Roberts cuando lució provocadoras minifaldas y escotes en la notable película Erin Brockovich, pero su porte es suficiente para que los homos erectus tuerzan el cuello a su paso.

Antonio recuperó la compostura y retomó el hilo: “En realidad, Lauricocha era una gran hacienda, propiedad de Pedro Cárdich, y su hijo Augusto jugaba a las escondidas en las cuevas, era como su jardín trasero”. Lo que ese niño –posteriormente ingeniero agrónomo y arqueólogo- nunca imaginó era que, años después, en 1959, hallaría, en las grutas de su infancia, esqueletos humanos, que en ese entonces fueron los más antiguos del Perú. Ahora ese título le corresponde al hombre de Paiján.

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Gloria, siempre curiosa, me ahorraba la chamba haciendo preguntas incómodas que no lo son tanto cuando las vierte una mujer con tono melifluo. “¿Cómo se portaba el hacendado Cárdich?”, disparó. Antonio no evadió el misil: “Mal, estábamos arrimados, como en la Colonia, donde nos quitaron nuestros dioses y nuestras tierras, para ser siervos del encomendero español, y eso no cambió con la República y los hacendados.”

Renacimiento

Foto: Flor Ruiz

Los pobladores de Lauricocha han tenido que sortear –igual que sus remotos antepasados- muchas circunstancias críticas. Para empezar la Reforma Agraria no les devolvió las tierras que les habían arrebatado siglos atrás al arrinconar y mutilar los ayllus. Recién en 1980 pudieron recuperar su territorio ancestral. Entonces Gloria metió su cuchara: “¿Fue una invasión?”. Antonio, que lideró ese movimiento popular, la parchó en una: “No, de ninguna manera fue una invasión, solamente tomamos el control de la tierra que nos habían despojado a la fuerza”.

La hacienda había sido canibalizada. De las 18 mil vacas y ovejas, apenas quedaron quinientos animales. En parte por la ignorancia y corrupción de los administradores impuestos por el gobierno “revolucionario” de Velasco Alvarado. Y también porque “dicen que Augusto Cárdich trasladó parte del ganado a Argentina”, apunta Antonio. Lo cual no suena descabellado, teniendo en cuenta que este brillante investigador, tenía una vida hecha en Argentina, donde culminó sus estudios universitarios, fue catedrático, y realizó importantes hallazgos arqueológicos en tierras gauchas. Este personaje nació en La Unión, Huánuco, en 1923, y falleció en Buenos Aires en 2017, con 96 años de edad.

Foto: Flor Ruiz

Empero, a pesar de haber recuperado su orgullo y soberanía, la flamante comunidad tuvo que soportar otra plaga de dimensiones bíblicas. Una minera se instaló en la Cordillera Raura y contaminó todas las lagunas, entre ellas Lauricocha. Pues bien, esta Laguna Azul (lauri=azul; cocha=laguna), se tornó verdosa y plomiza, y los peces y patos y toda forma de vida desapareció, fina cortesía de los relaves mineros.

Con el ganado diezmado, un campo que solo produce papa y mashwa por las heladas, y una laguna estéril, a Lauricocha se le vino la noche. “¿Y cómo hicieron para sobrevivir?”, se interesó Gloria, que se había quedado en top ante el embate solar. “Fue una época muy dura, apenas alcanzaba para el autoconsumo, y eso, pura papa comíamos, parecía que habíamos retrocedido miles de años y estábamos de vuelta en las cuevas”, se sincera Antonio.

Foto: Flor Ruiz

No hay mal que dure cien años, reza un refrán…a veces duran más, como bien lo saben los indígenas de las zonas altoandinas. Sin embargo, la reciente independencia lograda por las 120 familias de Lauricocha, acorazó su resiliencia, criaron alpacas, pitearon hasta que la minera dejó de verter residuos tóxicos a mediados de los noventa. Ahora la laguna ha renacido y han vuelto las aves y los peces. Hay 18 comuneros que han sembrado truchas en jaulas. Antonio es uno de ellos y se jacta de poseer 30 mil truchas. 

La cultura en el Perú está en las alturas, pero el ministerio de Cultura está en el subsuelo, no salen de su cueva. Es cierto que chapan un sencillo del presupuesto nacional, pero tampoco tienen iniciativa. En este caso, solo bastaría unos cuantos cascos y linternas y una capacitación mínima para que esta suerte de puerta al paleolítico sirva para aumentar la autoestima y el bolsillo de los aldeanos de Lauricocha. Ahora no sacan ni un sol. Tuvimos que ingresar a oscuras, había peldaños y pasadizos que adivinábamos en la penumbra, que conducían a ventanas con una inmejorable vista de la laguna, la lustrosa planicie, y los nevados perfilados en el horizonte. Empero, no podía disfrutar a plenitud este viaje a la prehistoria, como sí lo hacía Gloria, que emitía un chillido cada vez que se topaba con restos óseos.

Pueblo Puenteado

Foto: Flor Ruiz

 

Y es que, mientras el grupo andaba fascinado por esta pétrea y laberíntica colmena, una trepidante ansiedad me carcomía sin remedio, mi corazón y mis huesos estaban obsesionados por un viejo anhelo: conocer el puente de piedra inca que se halla al pie de la laguna. Algo inusual, porque casi la totalidad de los puentes incas fueron colgantes, y eso está instalado en el imaginario popular. Para ser sincero, desconocía la existencia de estas edificaciones en el Tahuantinsuyo. Recién el 2016, cuando recalé en la ciudad de Yanahuanca, en Pasco, supe que un puente de estas características se estiraba entre las comunidades de Huarautambo y Astobamba. Lo que vi superó largamente mis expectativas. Allí me enteré que en Lauricocha también había otra estructura similar, y que eran los dos únicos puentes incas de piedra en el Perú. Y que ambos eran parte del Qhapac Ñan que unía Quito con Cusco. Incluso me dijeron que llameros de Lauricocha siguen usando el camino real de los Incas para realizar trueque con las comunidades de Yanahuanca. Eso fue suficiente para estimular mi interés.

De modo que dejé que Gloria continuara con su expedición cavernícola, y mis pies salieron de la penumbra y me llevaron como si tuvieran vida propia, a través de chacras, cruzando riachuelos, sorteando alambres de púas, hasta encontrarme frente al objeto de mi deseo. Había recorrido apenas un kilómetro entre las cuevas y el puente, pero había retrocedido más de 9 mil años en ese pequeño tramo. El rumoroso río Carhuacocha discurre por 24 compuertas que no solo son una ingeniosa solución de ingeniería hidráulica, sino que también añaden un fino componente estético. A pesar de no tener mantenimiento desde hace unos 600 años, sigue sólido y en buen estado de conservación. Que diferencia con los puentes de Lima, que se caen, perdón, se desploman, apenas inaugurados. 

Foto: Flor Ruiz

De pronto, Gloria me pasó la voz. Se dirigían a la laguna. Todos se echaron o sentaron sobre la arena contemplando el paisaje. Todos menos una. Gloria decidió ser Erin Brockovich esa tarde y se sumergió en la laguna cubierta solo con sostén y calzón. El viejo Antonio movió la cabeza y sonrió. Venía de un tiempo donde las chicas se ruborizaban por llevar las faldas a la altura de la rodilla.

Las comunidades son mucho más que un destino, o un atractivo turístico, que es la única relevancia que le otorgamos los limeños, practicando un reduccionismo absurdo, enajenándolas de los procesos sociales que determinan la identidad de los pueblos. Todo está conectado, sino estamos discriminando el sentir de la gente. No se trata solo de las cuevas, la laguna y el puente inca, sino como se asocian con los pobladores y sus historias de vida.

Foto: Flor Ruiz

En rumbo: 

Cómo llegar:  No hay transporte público a Lauricocha. Hay que ir en movilidad propia, ningún vehículo especial, casi la totalidad de la ruta es asfaltada. Demora 6 horas. Distancia: 318 Km. Ruta: Lima-Huaral-Sayán-Churín-Bellavista-Lauricocha.

Atractivos:  Las cuevas (20 minutos a pie) y el puente inca (10 minutos) están a disposición de los viajeros. En la laguna hay botes pequeños y grandes (caben 15 personas), que cobran entre 3 y 8 soles de acuerdo al tiempo del paseo.

Qué comer: Hay un par de restaurantes, el plato de bandera es la trucha frita a 8 soles.

Dónde dormir: Solo hay un hotel, con 10 camas camarotes.

Alturas:  Lauricocha está a 3.857 m.s.n.m. El paso más alto de la ruta es el abra Condorsencca (4.716 m.) en la Cordillera Raura.

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