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Jesús Urbano, el retablista que no le teme la muerte 

De pie frente a su mesa de trabajo, rodeado por cajas de manera apiladas uno tras otra, Jesús Urbano Cárdenas (64) observa su más reciente obra de arte. Se trata de un inmenso retablo ayacuchano divido en dos mundos: el de arriba proyecta la tradicional fiesta conocida como cortamonte o yunza; el de abajo, la multitudinaria procesión del Corpus Christi cusqueño. Visto de otro modo, Jesús sería un dios andino que contempla su creación, fabricada a mano, con trozos de papa y yeso.  


Jesús lleva el mismo nombre de su padre Jesús Urbano, el gran retablista ayacuchano que pasó a la inmortalidad en mayo del 2014, al cumplir los 85 años. De este gran artesano solo quedan algunos recuerdos como fotos, recortes de periódicos y diplomas que hoy cuelgan, junto a los premios y condecoraciones del hijo, en las paredes de un pequeño taller, ubicado a quince minutos del Aeropuerto Internacional Jorge Chávez, en el Callao. Aunque por fuera parezca una casa ordinaria; por dentro, el lugar es un refugio que cobija los más creativos retablos. Retablos que escenifican a José de San Martín que proclama la independencia, danzantes de tijeras junto a músicos y el tradicional nacimiento del Niño Jesús, por citar algunos.  

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“Desde que abrí los ojos por primera vez ya estaba en un taller. Como jugando me metí en este arte. Al único que tuve como maestro fue a mi padre. Gracias a él aprendí todas las técnicas de la artesanía. Pero todo lo que he logrado hasta ahora jamás se igualará a los logros que él ha llegado con su arte. Me ha dejado la valla bien alta, pero la idea es continuar…”, dice Urbano Cárdenas, quien reconoce la gran responsabilidad que conlleva cargar el apellido de un maestro de maestros retablistas y que en su momento fue considerado por Unesco como un Tesoro Humano Vivo.

 

 Hijo de una leyenda del retablo

Ver a Jesús, el hijo, mientras fabrica estos retablos es como contemplar a Geraldine Chaplin, hija del mítico Charlie Chaplin, mientras actúa sobre un escenario o a Jack Hemingway, hijo del novelista Ernest Hemingway, mientras redacta una novela. Pues está en sus benditas manos el legado de un personaje que será recordado por revolucionar el retablo en la década del 50, cuando este antiguo objeto dejó de tener únicamente una carga religiosa y mágica, como solía describirlo el escritor y antropólogo José María Arguedas

Antiguamente, los españoles usaban las imágenes de santos católicos para llevarlas a los pueblos y evangelizar a los indios. Pero como estas eran grandes y muy pesadas, las cambiaron por pequeñas figuras que se guardaban en cajas de madera. Así surgió los primeros retablos, que eran conocidos como Cajas de San Marcos durante la época de la Conquista. 

No obstante, la transformación de estos cajones comenzó en los años 40 con Joaquín López Antay, un notable artesano que reemplazó las tradicionales escenas de santos por costumbres andinas, entre ellas la danza de tijeras o la cosecha de papa. Pero el mayor atrevimiento lo hizo su discípulo, Jesús Urbano, por entonces un joven artista que ganó notoriedad por otorgarle al retablo una nueva narrativa con carga social y colores más vivos. 

 

“Mi padre me contó que su López Antay fue el primero en romper los moldes culturales del Perú. ¿Te imaginas tener un mentor como él? De ese modo mi padre se introdujo al mundo de los retablos. Pero él fue un paso más adelante”, dice orgulloso Urbano Cárdenas.

Así fue cómo el retablo ayacuchano llegó a las manos del patriarca de la familia Urbano. Según el testimonio de su hijo, quien ahora tiene 64 años, el estilo del gran Jesús Urbano fue tan controvertido que enfadó al mismísimo escritor José María Arguedas por no haber continuado con el tradicional retablo religioso. 

Yo era un niño. Recuerdo que el escritor se enfadó por la ocurrencia de mi padre y lo acusó de mercantilista. Le decía: Solo lo haces para vender. Se molestó porque mi padre usaba colores vivos. Eso lo entristeció. Pero yo le animé a continuar, le dije: No seas tonto, de todos los premios que te han dado la crítica de José María Arguedas es el mejor reconocimiento que recibirás en tu vida, pasarás a la historia. Y así fue”, recuerda. 

El retablo jamás morirá

Con el paso de los años, el estilo introducido por los Urbano fue replicado por los artesanos de la época. Así, Ayacucho fue considerado un destino ideal para los amantes del arte colonial y artesanías, lo que convirtió a Quinua, un pequeño pueblo de la provincia de Huamanga, en la Capital de los retablistas.

“En Ayacucho tenía todo. La economía era muy buena y no había necesidad de mudarse a Lima.  Nunca me gustó la ciudad, siempre detesté el tráfico. Tal vez nunca me hubiera ido de mi tierra si no fuera por los terroristas”. En ese tiempo, 1984, Jesús Urbano Cárdenas tenía 29 años. Sendero Luminoso le había declarado la guerra al Estado peruano, una época de horror: coches bomba que te destrozaban los tímpanos y muchas Navidades sin luz eléctrica. 

Esa dura realidad lo motivó a mudarse junto con su familia en Lima. Allí aprendió a cruzar las avenidas y dejó de tener miedo a los buses. “Me acostumbre rápido. Con el tiempo empecé a ganarme un nombre. Cuando cumplí un año en Lima ya era conocido en las ferias. Me invitaban a participar en concursos y gané toditos”, recuerda feliz.  

Foto: Novica

Ahora Jesús, el hijo, vive lejos de la violencia del terrorismo. Sigue imaginando las escenas que luego retratará en sus retablos. A veces, trabaja tan concentrado en sus obras que hasta se olvida que tiene una visita. El único trabajo estable es con Novica, un portal web que vende artesanías a nivel mundial. De vez en cuando una institución pública o privada solicita sus servicios para un pedido especial. 

Todo parece indicar que Jesús está en su plenitud. Pero no, todavía tiene una misión: dejar en buenas manos el legado de su familia. Por suerte, su última hija le sigue sus pasos. Katherine Urbano es la única maestra retablista de su generación. Tiene menos de 30 años y ya domina perfectamente las técnicas de su padre.  

“Me hace recordar a mí. De eso se trata la artesanía, de replicarlo a las siguientes generaciones para que no desaparezca. Mientras haya pasión, el retablo nunca morirá”, recalca y reafirma en ya no tenerle miedo a la muerte.

 

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1 Comentario

  • He disfrutado la lectura de este articulo muchisimo, en estos escritos permanece la esencia de la nobleza e identidad de las personas. Me encantaria poder contactar el taller del Sr, urbano Cardenas. No supe como hacer este contacto hacen años cuando visite Lima. Gracias Sr. Gunther, muchas felicitaciones y mejores deseos para sus andares.

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