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Cultura

Romance, terror y castigos sobrenaturales: Mitos peruanos para celebrar nuestro mestizaje

Pintura: Gino Ceccarelli

Seres amazónicos que arrebatan la vida a los viajeros intrépidos que se atreven a ingresar a los territorios que custodian, enanos que protegen el oro andino de la codicia de los hombres, criaturas monstruosas que asesinan sin piedad y sacrificios de amor. Eso y más en los relatos que el imaginario popular de los pueblos ha preservado hasta hoy.

Por Estefany Luján 

‘El tayta’ José María Arguedas también dedicó parte de su vida a preservar del olvido los relatos de los pueblos. En su honor, vale rescatar las historias que se transmitieron de generación en generación y, así, mostrar la riqueza mitológica que ostentamos los peruanos. 

Desde la oralidad, estos relatos buscaban exaltar la imaginación, la fantasía de los oyentes; en fin, para describir -llenos de sabiduría- el mundo terreno, celeste o social. ¡A leer!

El hipocampo de oro, una promesa desde las profundidades del mar

Cuenta esta leyenda que en lo profundo y desconocido de los mares de la costa peruana existe un hipocampo o caballito de mar de oro. Esta criatura ayuda a los pescadores de buen corazón a obtener una buena pesca.

Según dicen los relatos que sobrevivieron tras generaciones, el hipocampo de oro siempre espera el momento exacto para hacer su aparición a través de una luz muy brillante y, esa, es la señal que indica a los pescadores que es el momento de que lancen sus redes al mar.

Sin embargo, tras ese halo de generosidad esconde un tétrico secreto que no le permitía ser feliz. Su peculiar composición orgánica lo obligaba, cada cierto tiempo, a proveerse de nuevos ojos que obtenía de otros seres humanos… los cuales no podían ser de cualquiera, sino de alguien predestinado a realizar dicho sacrificio.

También necesitaba de una nueva copa de sangre (que le daba brillantez a su cuerpo), así como el azahar de durazno de las dos almendras (que le daba el poder de la sabiduría), el cual solo se puede conseguir viajando a un bosque lejano.

Para obtener estos elementos engañaba a los hombres con promesas de  innumerables riquezas; sin embargo la codicia los dirigía hacia un trágico desenlace de muerte. 

El llanto de amor de la Huacachina

Cuenta la leyenda que el amado de una dama muy hermosa partió a la guerra. Al verse separada de su único amor, ella fue hasta el lugar donde se conocieron a vivir su luto. Ese sitio es en el que hoy se erige la laguna de la Huacachina.

Pues bien, una vez que llegó allí, las lágrimas amargas corrían desde sus hermosos ojos. Ella siempre cargaba un espejo y en aquellos momentos de profundo dolor vio a través de este el rostro del hombre al que adoraba. Ella quiso correr a su alcance, pero el espejo se cayó y se convirtió en la hermosa laguna que hoy todos conocen.

En cuanto al destino de la bella dama, esta se convirtió en la sirena -que según dicen- custodia las aguas del lugar.

La piedra horadada, el diablo en Barrios Altos

Antiguamente, los limeños narraban que alguna vez el mismísimo diablo se hallaba de travesía entre las calles de Barrios Altos cuando vio pasar a las procesiones de la Virgen del Carmen y del Señor de los Milagros.

Grande fue la desesperación del príncipe de los infiernos que no supo hacia dónde ir y al tratar de escapar tropezó con una piedra y le hizo un hueco, que permanece hasta nuestros días.

El muqui, guardián de tesoros

Algunos mineros cuentan sobre la extraña presencia del muki, aquel ‘duende’ que vive en los socavones resguardando su tesoro, su riqueza, aquellas vetas cargadas de una cantidad inimaginable de oro.

Al muqui, lo conocen con varios nombres. Anchancho, en Puno; chinchilico en Arequipa y jusshi en Cajamarca.

Es pequeñito, algo grueso, blanco, rubio, de orejas largas y puntiagudas. Dicen que viste casco, botas de agua y ropa de minero.

Si se le ofrenda coca, cigarros o aguardiente él podría obsequiarle a los hombres de noble corazón el camino hacia una buena cantidad de oro o plata. Caso contrario, te puede castigar con la muerte, cuidado.

Jarjacha, un demonio incestuoso

Las historias de horror también forman parte del imaginario colectivo. La jarjacha o jarjaria deambula por los andes al grito de ‘¡jar, jar, jar!’. Cuidado si alguna vez oye sus lamentos, solo queda huir para salvar la vida.

Narran los abuelos que en jarjacha se convierten las personas que cometen incesto. Aquellos que tienen relaciones prohibidas entre hermanos, padres con hijos o abuelos con sus nietos.

Luego, del acto incestuoso, durante la noche, cuando ya se hallan bajo la tranquilidad del sueño, sus espíritus se convierten en una llama con dos cabezas que arroja fuego por la boca. 

Sus cuerpos, antes humanos, se llenan de llagas o de sarna, lo que les provoca una desesperación demoníaca que los obliga a morderse el cuerpo y a arrancarse pedazos de carne.

¡Ningún viajero que recorre las punas desea encontrarse con ese demonio!

Pishtaco, el recolector de grasa humana

Otra historia de miedo. Este  es un humano o quizá un monstruo, no hay certeza, dicen los antiguos. Sin embargo, lo cierto es que dicen que espera escondido en los caminos a los viajeros desprevenidos de los andes.

Él siempre está provisto de una espada corva, con la que salta al cuello de su víctima para arrancarle la cabeza.

Cuando el cuerpo aún está exánime y chisporroteando sangre, unos instantes antes de caer al suelo, este degollador salta al camino y se lleva el cuerpo luego de arrancarle los brazos y las piernas.

Una vez en su siniestra cueva o escondite, cuelga los restos humanos, los coloca al fuego para recolectar la grasa que chorrea lentamente.

Se dice que esta grasa humana la vende a comerciantes inescrupulosos o a los que funden campanas, porque gracias a esta tendrá un tañido único y especial. Una de las historias más siniestras que ha producido la mitología andina.

Simuri, hombre puma

Los cuidadores de ganado le temen al simuri. Se dice que este es un hombre como cualquiera, pero que en las noches de luna abandona su choza, en la que lo aguardan su mujer e hijos, para dirigirse a los corrales donde duermen pacíficas las cabras y ovejas.

Antes de atacar, se saca toda la ropa. Una vez desnudo -consciente de su naturaleza híbrida- da un ágil salto y antes de caer deja de ser humano, para convertirse en un voraz puma que se da un festín sangriento con los animales.

Una vez que sacia su voraz apetito, abandona el corral, retoma su condición humana, se viste y regresa a casa.

Lupuna, el sacrificio de una madre

La lupuna es un árbol enorme, considerado como el vigilante de la selva. Cuentan los lugareños que su interior guarda el alma de una madre que hizo un sacrificio al dar la vida por su hijo.

La leyenda dice que su único hijo fue picado por una serpiente venenosa. La muerte aguardaba a aquel pequeño, pero ella ofreció su vida con tal de que él sanara. Sus ruegos fueron escuchados.

Una vez que él sanó, esta bella mujer nunca más fue vista. Dicen que se internó en la base de la lupuna y, desde allí, cuida a todos sus hijos, los habitantes de la amazonía.

Tunche, demonio amazónico

En las reuniones de viejos aún se cuenta la leyenda, del tunche. Dicen, narran y comentan que este es un alma en pena que deambula entre el verdor y la belleza exótica de los paisajes selváticos. Se cree que es el espíritu de alguien que murió de forma violenta o decidió acabar con su vida.

En lo que sí hay consenso es en que esta alma maldita acaba mata, sin piedad, a las personas que se internan en territorios aún vírgenes de la selva peruana.

Mientras tortura a su víctima emite un silbido feroz que, afirman, es un grito de dolor y rabia.

Chullachaqui, locura y muerte

Según el mito, este es un ser que cambia de apariencia para engañar a sus víctimas, llevarlos a las profundidades de la selva, arrojarlos a la locura y matarlos.

Puede tomar la forma de la amada, de un amigo querido, aquel anhelo por el que tanto sufres para engañarte, para separar del grupo a los viajeros. Una vez que su víctima cae en su hechizo mortal, no hay salvación. 

Ni los brujos o chamanes más expertos pueden ayudar al desgraciado que cayó en este infortunio provocado por esta criatura de piel arrugada, estatura pequeña y de un solo pie.

 

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