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HUANCAVELICA. Los chopccas: una cultura, una nación

Por Rolly Valdivia / Fotos: Wendy Rojas

Entre el jolgorio festivo de una Navidad adelantada y los golpes de mentira de un enfrentamiento de raíces histórico-amorosas, se fueron develando los matices culturales y la marcada identidad de los chopccas, quienes, a pesar de las demarcaciones políticas que dividen su territorio, se sienten hermanos y ciudadanos de su propia nación, localizada en las provincias de Huancavelica y Acobamba. Rumbos los visitó y esta es la crónica de una jornada marcada por el aprendizaje y el respeto hacia esos hombres y mujeres que mantienen el legado de sus ancestros.

Se la tomaron muy en serio, demasiado en serio, tan en serio que se olvidaron que era tan solo una representación, una muestra, una especie de ensayo de lo que se vivirá en diciembre, de lo que siempre se vive, se siente, se palpita en diciembre en estas calles, en esta plaza, en este atrio y en el interior de esta iglesia en la que se arma un nacimiento con un niño Dios que viste como ellos.

No lo entendieron o no quisieron entenderlo, o, tal vez, lo que estaban haciendo es demasiado serio e importante. Así que hay que bailar nomás moviendo hasta el alma, rezar con respetuosa devoción, tomar el aguardiente olvidando que raspa la garganta, chacchar la hoja coca con calmado deleite y blandir el látigo con furiosa precisión, como ordenan sus tradiciones, como mandan sus costumbres.

Se lo tomaron muy relajadamente, demasiado relajadamente, tan relajadamente que, en vez de los bufidos enjundiosos o los rictus de dolor, afloraban hartas sonrisas. Es entendible que actuaran así. Debe ser complicado simular un enfrentamiento cuando no hay ninguna desavenencia ni inquina con el rival, y cuando no existe, sobre todo, un amor por conquistar.

Así lo entendieron ellos o, tal vez, no quisieron entenderlo de otra manera. Será porque los codazos -los de verdad, no los de ahora- duelen y dejan huella en las costillas, en los tórax, en las espaldas de los contrincantes. Despacito es mejor. Suavecito para que nadie se pique, total, la tradición ordena, la costumbre manda que este enfrenamiento no es un juego. Es algo serio. Muy serio.

Y como se lo habían tomado en serio, demasiado en serio, tan en serio, resultó que todos tenían que cumplir y respetar las normas. Nadie estaba a salvo. Ni el videasta cansado de tomar… -imágenes, no aguardiente (vale la aclaración)- que se sentó por desconocimiento en el lugar de las mujeres o el periodista que por andar de preguntón siempre estaba en el sitio equivocado.

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Advertencia y perdón. “Que no se repita”. Castigo suspendido en la plaza del centro poblado Tinquerccasa (distrito de Paucará, provincia de Acobamba), donde la Navidad se adelantó. Y hay revuelo en un día cualquiera que no es un cualquier día, porque el alcalde, el cargoyoc (mayordomo), los latamachos (viejos bailarines) y sus músicos, se han vestido de fiesta para mostrar sus tradiciones y costumbres.

Y como se lo habían tomado muy relajadamente, demasiado relajadamente, tan relajadamente esos jóvenes que de mentirita peleaban en un descampado de la comunidad de Ccasapata (distrito de Yauli, provincia de Huancavelica), un señor adulto ya, canoso ya, sonreía abiertamente, acaso recordando sus propios pleitos en su pueblo y en los pueblos vecinos de su nación.

Esas luchas si eran de verdad, eran para ganarse el derecho a enamorar a una señorita, sin que el perdedor se entrometiera en esos afanes o se convirtiera en el tercero en discordia. Eso sucedía antes, no ahora que los varones chopccas -pantalones de bayeta y flores en el sombrero en señal de soltería- ya no se enfrentan por esos motivos. Los tiempos cambian, la esencia se mantiene.

Lo saben los que adelantaron con entusiasmo la Navidad para mostrar lo suyo y los que combatieron relajadamente para evitar dolores o lesiones. Lo demuestran los hombres y las mujeres que llevan siempre sus vestimentas multicolores y los que abren surcos en la tierra con una chaquitaclla. Lo dejan en claro quienes hablan en quechua y se refieren a su territorio como una nación, la nación Chopcca.    

Y, en esa jornada de celebraciones adelantadas y combates falsos, lo aprendieron también los foráneos que recibieron la coquita sagrada, brindaron con aguardiente a la salud de sus anfitriones, escucharon el tronar de un látigo con el que se trataba de imponer el orden dentro del desorden, conocieron el taller artesanal de Cipriano Soto y se animaron a retar al frío con los helados de altura de la señora Maxi.

Nación de valientes

Juntos, compartiendo y disfrutando, respetándose y entendiéndose. Cultura viva, encuentro intercultural en una jornada que empezó al amanecer en Huancavelica, la capital regional. Día nublado. Un poquito de lluvia, frío y bostezos en una carretera afirmada, rural, serpenteante, en un camino que provee y reanima con una bolsita de papitas nativas sancochadas con su quesito artesanal.

Desayuno rutero, sencillo, contundente y económico en la travesía de ida y vuelta a la nación Chopcca, “una colectividad rural altoandina quechuahablante asentada en un territorio que abarca áreas colindantes de los distritos de Yauli (provincia de Huancavelica) y Paucará (provincia de Acobamba)”, como explican los investigadores Pedro Roel Mendizábal y Marleni Martínez Vivanco.

En su libro Los chopcca de Huancavelica. Etnicidad y cultura en el Perú contemporáneo, publicado por el Ministerio de Cultura, se precisa que esta nación abarca “dieciséis centros poblados’, los cuales están integrados y hermanados “por un intenso sentimiento de pertenencia a lo que se concibe como una unidad social y territorial con una historia común”.

Y son las voces de la memoria, los testimonios narrados por los abuelos, los que describen el accionar de un personaje legendario y osado que sembró con su ejemplo las semillas de esta nación originaria. Diversos estudiosos consignan en sus textos, relatos en los que se menciona a Chopcca, un hombre valiente, un rebelde que alzó su voz frente a los abusos de los hacendados españoles.

Su ‘atrevimiento’ sería castigado con la muerte, una muerte que, contradictoriamente, le dio vida a un sentimiento de identidad y pertenencia que se mantiene hasta hoy. Ellos y ellas son los descendientes de ese hombre luchador, los ciudadanos de una nación que mantienen su cultura -andina, agraria, rural- y defienden sus tradiciones en este mundo globalizado.

Lo hace el señor Cipriano, quien desde hace 10 años es artesano y confecciona las prendas que usan sus ‘connacionales’. Él les da un toque moderno a los chumpis (fajas), los makitus (sobre mangas tejidas), los chakitus (medias de lana), los luqus (chullos), el chuku (sombrero de fieltro) y demás piezas de su vistosa, única y espectacular vestimenta.

Innovar sin perder la esencia y sin imitar a otros. “Más bien en Huancayo me han copiado”, se queja el propietario del taller Yathsumi, especializado en la confección de ropas típicas de la nación chopcca. Allí, en su lugar de trabajo, entre máquinas de coser, retazos de tela, carretes de hilo, montones de mostacillas y la mercadería que todavía no se vende, muestra y se prueba varios de sus coloridos diseños.

La vestimenta -señalan los investigadores ya citados- son el fruto de una “creación textil cuya composición, diseños y combinación cromática tienen pocos puntos de comparación con la de otras regiones andinas, las prendas de vestir de los chopcca son reconocibles en cualquier lugar, lo que hace de la ropa el primer demarcador de su identidad como pueblo”.

Pero el señor Cipriano no es el único confeccionista. En la plaza de Ccasapata, donde la señora Maxi ofrece sus helados y paletas de frutas que son un sabroso desafío al cielo gris, un grupo de mujeres hila la fibra de alpaca o teje con palitos, con crochet, también con la callwa (telar de cintura). Ellas aprendieron las técnicas de sus abuelas y de sus madres. Ellas se las ensañarán a la nueva generación.

Conocimiento colectivo. Saberes que se heredan. Enseñar y aprender, por ejemplo, que pallay es el nombre de los diseños que embellecen las piezas tejidas con lana de oveja y de camélidos. Estos son de los más variados, pudiéndose ver tarucas, conejos y monos, frases como te amo y figuras geométricas, además de camioncitos, tractores y helicópteros, en los chumpis, makitus y chakitus,

Más enseñanzas y aprendizajes. “Las autoridades no podemos ponernos flores en el sombrero. Si lo hacemos nos multan”, revela Marcelino Taipe, el presidente de la comunidad de Ccasapata, uno de los jóvenes que de mentiritas nomás representó la kuchusca. A su lado, Juan Meneses, el presidente de la comunidad Chopcca (es decir, el presidente de todos los presidentes de la nación) asiente y aprueba.

Ambos explican que cuando el enfrentamiento es de verdad se hace un círculo en el suelo. Los luchadores se colocan en el centro. Ellos se dan la espalda y se golpean alternativamente con los codos, con el objetivo de sacar del área marcada al contrincante. No es fácil. Es una lucha agotadora e intensa, como se comprueba en el campeonato que se realiza en Huancavelica, durante la Semana Santa.

Una celebración todavía lejana -quizás por eso los varones decidieron esconder su poderío y estrategias- a diferencia de la Navidad que ya está cerquita y que se adelantó de lo lindo en Tinqueccasa. Por eso estallaron las bombardas y salieron a a saludar a las autoridades los latamachos, siempre acompañados por los sones del arpa y el violín, siempre humedeciendo la garganta con aguardiente.

“Es mi creencia. Yo creo en su nacimiento”, confiesa, con la imagen del niño Jesús en sus manos, Fernando Reymundo, el cargoyoc de la fiesta. Minutos después, en el interior del templo, el hijo de Dios sería colocado en un pesebre de paja. “Así es nuestra costumbre. Todo están invitados”, alcanzaría a decir el alcalde Mauricio Escobar, antes de ser interrumpido por los achispados latamachos.

Pero el 25 de diciembre no solo se festeja la Navidad. “También se cambian las autoridades”, indica el mayordomo que asumió el cargo de manera voluntaria. Nadie lo obliga. Lo hace por su fe, por su pueblo, por la tradición que no debe perderse y que este año rebasará las fronteras. El nacimiento chopcca se exhibirá en el Vaticano. ¿Lo verá allí el Papa?

De lo que no hay dudas es de que Francisco no vio la exhibición de Supay Piki y Rey Orofil, los danzantes de tijeras que hicieron de las suyas en el mirador Capilla Calvario de Paucará. En esta atalaya en la que se erige una iglesia que honra al Señor de los Milagros, los galas –“que a veces vienen a nuestra fiesta”, confesaría el mayordomo- bailan al compás de las hojas de metal que llevan en sus manos.

Galas de Huancavelica danzan con los apus

Sus pasos marcan el final de un día distinto en la nación Chopcca, de una aventura que deja huella en el corazón de los viajeros que retornan a la ciudad cuando las sombras de la noche aparecen en el horizonte. Luminosidad incierta. Nubes que presagian tormenta. En ese panorama que tienta a la melancolía, un rayo de sol -solo uno- se filtra como un flechazo de esperanza entre la bruma.

Será acaso un mensaje de aprobación del taita Inti o una señal que anuncia el retorno en esos días en los que la fiesta no es una representación que se toma demasiado en serio y la kuchusca deja de pelearse relajadamente. Solo queda refugiarse en el anhelo de volver pronto, de volver siempre a las comunidades y pueblos de Huancavelica para sentir el vibrante palpitar de su cultura viva.

Rey Orofil y Supaypiki
Danzantes en Mirador Calvario de Paucará Foto: Rolly Valdivia

En Rumbo

El viaje: desde Lima hasta Huancavelica por transportes Oropesa (www.oropesa.pe). Tiempo: 10 horas. Ruta: Lima-San Clemente (Pisco)-Huaytará-Huancavelica. De Huancavelica a la nación Chopcca: 2h aproximadamente.

Cuándo ir: se recomienda visitar la nación Chopcca en la época seca (mayo-octubre).

Altura: Ccasapata, 3565 m.s.n.m.; Tinquerccasa, 3500 m.s.n.m.; Paucará, 3800 m.s.n.m.

Ir y volver: por su cercanía a la ciudad de Huancavelica este circuito puede desarrollarse en un solo día.

Peruanazos: más allá de la denominación de nación, los choppcas no tienen ninguna motivación separatista o independentista. Ellos se sienten huancavelicanos y peruanos, incluso en sus sombreros puede verse el escudo nacional.

Al galope: las carreras de caballos son del gusto de los chopccas. En la plaza de Tinquerccasa hay dos esculturas que testimonian esa afición.

Sabores: en Ccasapata, además de los helados de la señora Maxi, se producen yogures. En cuanto a la gastronomía, algunos potajes que el equipo de Rumbos pudo degustar, son: sangrecita de oveja, cuy hervido, sopa de olluco y mazamorra de betarraga.

Vestimenta: las mujeres chopccas utilizan una lliclla (manta que llevan en los hombros), un wali (falda negra de bayeta) que se sujeta con un wiqauwatu (faja delgada), una kutilla (chaqueta negra de bayeta), un monillo (blusa de manga larga), una chukcha simpa (cinta utilizada para amarrar las trenzas).

*Fuente: Los chopcca de Huancavelica. Etnicidad y cultura en el Perú contemporáneo de Pedro Roel Mendizábal y Marleni Martínez Vivanco.

Lectura: si quiere enterarse más sobre los chopcca, acceda al libro citado en esta crónica siguiendo el enlace:

Agradecimientos:

Gobierno Regional de Huancavelica

Dirección Regional de Comercio Exterior, Turismo y Artesanía de Huancavelica

Autoridades comunales de la nación Chopcca

Municipalidad Distrital de Paucará y las Comunidades Campesinas de Chuccllaccasa y Tinquerccasa de la Nación Chopccas.

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