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Sedona, tierra roja que recarga

Por Carlos Rangel

Sedona es una ciudad en el desierto de Arizona, el estado del Gran Cañon, cerca de Flagstaff y a dos horas de Phoenix. Los caminos hacia ella han sido calificados como una de las mejores rutas «escénicas» por el impresionante paisaje que la rodea. El Valle de Coconino da pie a colinas de roca roja, cañones de paredes empinadas, formaciones caprichosas de la naturaleza, cactus por doquier y bosques de pinos. Se sabe de la gran biodiversidad del desierto rojo pero muchos de sus habitantes tienen horarios opuestos a nosotros los humanos.

Nuestra entrada a Sedona fue por el norte, bajando por una carretera serpenteante y entre las sombras de muchos árboles. Por ahí había leído que el clima era templado y no se equivocaron, el sol nos pegada en la cara y poco a poco pintaba de tonos anaranjados todo lo que tocaba. Bajamos las ventanas y abrimos el sunroof, el sol calentaba, pero el aire refrescaba, era el balance perfecto.  El Puente Medley seria nuestra primera parada.

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El puente metálico cruza una quebrada y sus bases nos sirven de balcones para tener nuestro primer contacto visual con la capital de la tierra roja. Las impresionantes formaciones rocosas son resultado de años de erosión. La presencia de hierro es responsable del color de la roca y el enrojecimiento es en realidad el óxido. Se dice que acá hubo un gran Océano que al retirarse dio paso a lo que hoy podemos disfrutar y admirar.

La zona alta de Sedona tiene muchas tiendas, restaurantes y galerías de arte. La comunidad artística es muy entusiasta y muchas piezas son expuestas en los frontis y fachadas. En la periferia se ubican las casas y algunos “condos” que suelen estar en alquiler. Pero el plato de fondo sin duda es el Parque Estatal “Red Rock” con senderos de todo tipo de exigencia, así como puntos de observación y recreación tipo picnics.

La particularidad del paisaje lo hacen un destino único, un paraíso para el viajero «outdoor».  Hay rutas de medio día o de día completo, todas con una recompensa sensorial.  Nuestro 1er día tuvo como broche de oro el atardecer desde la Meseta del aeropuerto de Sedona, uno de sus vórtices energéticos.

Para los que esta palabra les resulta nueva, un vórtice es el flujo turbulento del agua o del viento en forma de espiral. En Sedona, algunos creen que los vórtices se crean, no por estos elementos, sino por la energía espiritual en espiral. Los vórtices de Sedona se nombran porque se cree que son lugares espirituales donde la energía es correcta para facilitar la oración, la meditación y la curación. Se dice que acá hay una particular concentración de energía y por eso las rutas de trekking o hiking van más allá de una actividad física y están ligadas a los muchos vórtices de Sedona. ¿Qué sentí yo? Difícil de ponerlo en palabras, acá aplica la frase de vivirlo para entenderlo.

Sedona también es rica en historia por su pasado indígena. Es notoria la influencia en sus formas y colores. La oferta gastronómica y artística es variada pero predomina lo étnico y los tonos cálidos. El hotelería es diversa aunque la sugerencia para un primer viaje es elegir una opción cómoda, con una buena cama y una buena ducha.  Uno suele pasar el día fuera, desde una excursión para ver el amanecer hasta una que toma hasta la llegada noche y lo deja listo para descansar para la siguiente aventura.  Y aunque una suite con acceso al spa no sería nada despreciable, nosotros queríamos gastar las zapatillas entonces programamos recorridos todos los días y optamos por un alojamiento cómodo, accesible y con los servicios básicos para descansar.

Una de las excursiones que elegimos fue a lo largo de un arroyo en la parte alta del Parque. Acá predominaba el granito y los árboles endémicos y manzanos.  En un punto nos sentamos a descansar y pusimos los pies dentro del agua pura y muy fría que discurría por la quebrada.  Otras excursiones de mediodía bordeaban las formaciones de roca roja como la Bellrock (Campana) y la Catedral, vistas simplemente sacadas de película. Cabe destacar y recomendar la ruta Devil Bridge (puente del diablo) y Boyton Canyon, ambas de exigencia moderada alta y que se disfrutan más si uno las hace con los primeros rayos del sol, para evitar el calor extremo y la concentración de otros visitantes.

Nuestro último día empezó madrugando a las 5am. Haríamos una meditación al amanecer. Esta vez decidimos volver a la Meseta del aeropuerto, pero a la parte opuesta. Fue ahí donde recibimos una potente recarga de energía y presenciamos un verdadero espectáculo de la naturaleza que transformaba el horizonte y nos hacía sentir que el rojo salía con el sol y pintaba las paredes a nuestro alrededor.  Ese calor y color nos dejo con ganas de volver, con ansias de explorar el horizonte y todos esos senderos que se pierde en el firmamento. Sedona volveremos por más.

Agradecemos por esta increíble experiencia a Hoteles IHG y Visit Sedona

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