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Conservación

La salvación de las vicuñas

Un emotivo documental producido por la ONG Quechua Benefit y el Grupo Michell narra la exitosa historia de conservación del animal con la fibra más fina del mundo. Dirigido por el uruguayo Luis Ara se transmitirá el año 2023 por streaming  a través de Nat Geo.

Por : Caterina Vella

Hubo un tiempo en que las vicuñas estaban por desaparecer. En la década de los 60 solo quedaban 5,000 ejemplares en el Perú considerándose una especie en extinción. Resistentes por su pelaje al frio helado de los Andes, tan rápidas y ágiles que solo los pumas o los zorros andinos son capaces de cazarlas, amantes de la libertad por lo que viven silvestres sin que nadie intente domesticarlas, casi sucumben a un predador: el hombre. Ambiciosos cazadores furtivos del Perú y Bolivia las mataban a balazos para arrancarles la piel y comercializar en el mercado negro su lana, la fibra animal más fina del mundo. Es tan preciada que medio kilo de fibra de vicuña se cotiza en el mercado internacional en más de 600 dólares. Una chalina en una boutique de diseño europea cuesta 2,500 euros y por un saco se pagan 20,000 euros.

Las vicuñas han sido admiradas desde el inicio de los tiempos por los antiguos peruanos. En la cueva de Huaraya, Ayacucho, se han encontrado pinturas rupestres representándolas. En la época de los Incas eran consideradas sagradas, solamente la realeza era digna de vestir indumentarias hechas con su abrigadora fibra. Se organizaban “chaccus” para capturarlas y esquilarlas dejándolas nuevamente en libertad en las alturas andinas donde viven entre los 3,800 y 4,800 metros sobre el nivel del mar. ¿Cazarlas con hondas o flechas? Ni pensarlo, era castigado con la muerte. La vicuña está en nuestro escudo nacional, monedas, billetes e incluso en el antiguo DNI azul. No podíamos permitir su desaparición de la faz de la tierra.

Vicuña salvation: el documental

La empresa arequipeña Michell, pionera en la comercialización de fibras de alpaca y vicuña, celebró en noviembre del 2022 sus 90 años con la presentación del documental Vicuña Salvation, en el que cuenta el exitoso relato de la salvación de las vicuñas. Una historia feliz pues de las 5,000 que quedaban en los años ‘60 ahora hay 200,000 en los Andes del Perú, según datos del Servicio Nacional de Áreas Protegidas por el Estado (Sernanp). ¿Cómo se logró esta maravilla?

El documental narra la historia de William L. Franklin, ecologista gringo apasionado por los camélidos andinos, que vino en el año 1968 a vivir en las gélidas alturas en una pequeña caseta  en medio de la nada en la Reserva Nacional de Vicuñas Pampa Galeras, para estudiar el comportamiento de la población de vicuñas. Al principio le fue difícil acostumbrarse a la altura de más de 3,800 metros, el viento gélido, el frío que en invierno llega a hasta -5° C, y la soledad. Sin embargo su pasión por estudiar el hábitat, los hábitos, su reproducción y la relación con los humanos que las estaban depredando, fue mucho más fuerte que las condiciones climáticas.

Cuenta el documental que estando William L. Franklin en las alturas sumido en sus estudios sobre las vicuñas llegó a visitarlo un amigo que trabajaba para la revista Nacional Geographic. Se interesó en su investigación y quedó sorprendido por la calidad de las fotografías que tomaba el ecologista, así que le propuso contactarlo con un editor de la prestigiosa revista. La conexión funcionó. El año 1973 salió publicado con gran despliegue y espectaculares fotos el artículo El Mundo Alto y Salvaje de la Vicuña. Este artículo hizo que el mundo pusiera sus ojos en el tema de la matanza de estos preciosos animales y que el estado peruano decidiera tomar medidas vigorosas para salvarlas de la extinción.

A la creación de la Reserva Nacional Pampa Galeras en 1967 en la provincia de Lucanas en Ayacucho para conservar a las vicuñas, se sumaron penas extremas en contra de su caza o la comercialización de su fibra sin un certificado de origen legal. Algo sustancial para generar el cambio fue que las propias comunidades campesinas fueran las encargadas de protegerlas recibiendo ingresos por la esquila. Dado el éxito de la fórmula en 1979 fue creada la Reserva Nacional de Salinas y Aguada Blanca en Arequipa y Moquegua para garantizar la protección de las vicuñas que habitan en la zona

Desde el año 1994, tiempos del primer gobierno de Alberto Fujimori, se volvieron a organizar los “chaccus” como en épocas ancestrales, ahora bajo supervisión y control del Estado. Esto significa importantes ingresos para las comunidades mejorando su economía e impactando es sus vidas.  Una vicuña se esquila cada dos años (en sus 12 de vida productiva) y por cada esquila produce un promedio de 200 gramos de fibra. Una fantástica historia de cooperación, conservación y desarrollo de las comunidades altoandinas.

¡Vicuñas a la vista!

Chaccu de Vicuñas

Emocionada tras ver el documental Vicuña Salvation producido por la ONG Quechua Benefit sentí necesidad de verlas. Elegí ir a Chivay, pueblo en el Cañón del Colca a tres horas de Arequipa, famoso por sus aguas termales. Ver vicuñas en su hábitat y cóndores sobrevolando el cañón más profundo del mundo para después relajarme en pozas de agua de origen volcánico valían el viaje. Partí temprano rumbo al terminal terrestre donde por 20 soles me embarqué en una combi en el asiento al lado del chofer, que resultó un gran conocedor/conversador, para disfrutar de la vista. 

Después de liberarnos del tráfico arequipeño comenzamos a avanzar lentamente en fila tras camiones que se dirigen a la mina Antapaccay en Cusco. Al tomar el desvío en esa dirección nos dejan libre la espectacular vía entre volcanes. “Ese que ves botando humo es el Sabancaya”, me indica Antonio Ventura Huaypuna, mi locuaz conductor. “¿Veremos vicuñas en el camino?”, le pregunto curiosa. “Antes no se veían vicuñas. Los cazadores venían de otros países como Bolivia y las mataban. De ninguna manera se iban a acercar a la carretera, tenían que escaparse. Ahora es prohibido cazar esos animales. Si los vamos a ver”, me responde seguro Antonio y yo feliz.

“Prohibida la caza de fauna silvestre”, leo en un cartel de la serpenteante carretera. Curva tras curva vamos subiendo y la vegetación cambia. Estamos en Pampa de Arrieros a 3,749 m.s.n.m rodeados de grandes extensiones de ichu, el recio pasto característico del altiplano andino.  “Mira allí hay tres vicuñas pastando”, me dice Antonio. Al principio no logro verlas pues el color canela de su pelaje se confunde con el dorado del ichu entre el cual pastan. Mimetizarse con el paisaje las protege de los pumas y zorros andinos, sus predadores naturales. De pronto dejan de comer empezando a trotar gráciles resaltando  el blanco de su pecho y de su estilizado cuello, por lo que logro distinguirlas. ¡Mis primeras tres vicuñas corriendo a salvo!

Zona de vicuñas

Seguimos recorriendo el trayecto a ritmo de cumbias norteñas que cantan al amor y desamor. Un cartel anuncia “Zona de vicuñas” indicando bajar la velocidad a 55 km/hora. A nuestra derecha está la laguna de Pampa Blanca, en su ribera hay varios grupos de vicuñas tomando agua en esta área protegida. Es una de sus zonas favoritas pues a diferencia de otros camélidos necesitan beber agua todos los días por lo que están siempre buscando fuentes de líquido fresco e incluso agua salada, que también toman.

Súbitamente después de una curva bastante pronunciada nos sorprenden dos vicuñas comiendo musgo que crece sobre una piedra al lado de la carretera. “Están tranquilitas, ya no tienen miedo”, me dice Antonio ante mi sorpresa de verlas tan cerca de la vía. Poco después debemos detenernos para dejar pasar a un grupo de alpacas blancas, marrones y negras que acompañadas de llamas con aretes de lana de colores, cruzan la carretera a paso lento.

Un campesino las conduce rumbo a sus corrales hechos con piedras, las guardan para protegerlas. En cambio las vicuñas son seres libres. Tienen un aspecto frágil y delicado pero son más resistentes, rápidas e imposibles de domesticar. Aman la libertad. ¿Alguna vez viste una vicuña asesinada?, le pregunto a Antonio aprovechando que nos hemos detenido.  Varias veces, tiradas, sin pellejo. Con pena he visto muchas por la parte alta de la provincia de Caylloma. Las cazaban, les sacaban el pelaje y se lo llevaban. Ahora hay bastantes porque las cuidan los comuneros.

Llegamos al mirador de los volcanes de Patapampa, el abra más alta (4910 m.s.n.m) de la carretera. Los volcanes se ven majestuosos contrastando con el celeste del cielo. Poco después de Patapampa termina la Reserva Nacional y empezamos el descenso a Chivay, que empieza a distinguirse entre las montañas. Campos de cultivo de habas, papas, maíz, cebada, trigo y la majestuosa quinua son ahora el paisaje. También sembríos de ajos, eucaliptos y cipreses.  Un portal de ingreso hecho de piedra nos da la bienvenida a Chivay, sus calles también son de piedra y la plaza principal luce impecable con un gran botellón para reciclar plásticos.

Ha sido un recorrido maravilloso. Me relajo flotando feliz en las pozas medicinales de los baños termales “La Roca” al lado del río Colca. Allí converso con Silvia Callo, ataviada con un coqueto sombrero bordado característico de las mujeres de la zona, es la encargada de cuidar el sanador lugar. Le cuento que estoy contenta por todas las vicuñas que vi en el camino. “También siento satisfacción al verlas correr con sus cuatro patitas, su cuello blanco, delgado y elegante, sus orejitas levantaditas, son lindas”, me dice sonriente. También sonrío, todo se ve más bonito aún.

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