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Cultura

De aromas, esencias y perfumes en la Lima Antigua

Por Ana Maria Malakowscki

Antes, hace ya muchos años atrás, se desconocía la diversidad de esencias que existían. Muchos hombres no usaban perfumes; en cambio las damas limeñas, y desde tiempos virreinales, gastaban en las aguas de olor destiladas por los azahares y rosales de sus patios floridos y «entoldados de jazmines» y alhelíes. Algunas se contentaban con que tan solo la ropa interior tuviera, aunque sea una pizquita de aroma a jazmines, rosas y hasta un vestigio de olor del sahumerio. Sin embargo, poco a poco fueron llegando los barcos trayendo algunos aromas desde el extranjero, sobre todo, de la vieja Europa.

Aromas con mezclas más complicadas y seguramente un tanto más extrañas y quizá hasta más exóticas. Gran fama adquirió por ese entonces la esencia de la bergamota. La bergamota naranja, utilizada hacia la mitad del siglo diecinueve –en tiempos de revueltas y cierrapuertas-, era una mezcla entre el limón y la naranja amarga. El perfume era fortísimo y bastante pegajoso, ideal para las encopetadas damas de la época que dejaban el misterioso y seductor traje de la saya y el manto para, poco a poco, trajearse a la moda llegada de París, la que rápidamente se aclimató a la vida de la polvorienta ciudad.

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Por aquellos años las viejitas, y las no tan viejitas, colocaban en un platito un surtido de olorosas mixturas. Juntaban un tanto de ñorbo y manzanitas, azahares y la flor de la pasión, aquella trepadora que adornaba las románticas ventanas de reja; agregaban un poco de palillo o unas cuantas ramitas de canela y una fragante manzana verde o colorada, unos coloridos capulíes y jazmines en abundancia. No era raro, ni nada del otro mundo, que esa mixtura se hiciera sahumar. Toda esa mezcla alcanzó, no solamente fama sino también, una importancia en la gente de la alta sociedad. Servía para todo y para todos. Para poner olorosas las habitaciones y para ofrecer un puñadito a las visitas.

Manuel Atanasio Fuentes cuenta que las señoras antiguas fumaban casi todas; así que lo primero que obsequiaban a sus amigas era un cigarro y poco después, a la hora de la despedida, las visitas no podían irse de la casa con las manos vacías pues tenían que llevarse su puñado de aromáticas esencias. «¡Que los cumpla usted muy felices en compañía de su recomendable familia!», contestando la felicitada: «¡Así sea en compañía de usted también!» Y luego de estos protocolares saludos un paquetito de mixturas servían para el regalo de cumpleaños de la comadre, la amiga o el de la suegra.

Y así fueron pasando los meses y los años y a la Ciudad de los Reyes fueron llegando novedosos perfumes europeos. Algunos de ellos se quedaron con sus nombres originales, por lo general el de alguna flor. Otros en cambio, fueron rebautizados con nombres estrafalarios, huachafos y otros dándole un toque de cursilería: ‘Te Adoro’ y ‘Mentirosa’, ‘Eres Hermosa’ y ‘Soy Linda’. Corre el tiempo y los sahumerios fueron desapareciendo y el destino de la esencia de la bergamota fue guardarse en un cajón de alguna alejada habitación. Entraron con fuerza las destilaciones europeas que consiguieron un cupo importante en el mercado limeño.

En los lavatorios de las casas se colocaban una serie de pomitos con las esencias más diversas y fragantes. Y así como el sahumerio pasó a la historia, las mixturas quedaron en el olvido. Pronto aparecieron en escena, para cumplir un papel protagónico, los pañuelos. Pañuelos olorosos y fragantes y la moda cambió. La moda en los hogares era rocear los pañuelos de las damas o los caballeros con algún aroma. Ya no se despedía a las visitas con un puñadito de mixturas pues la moda ahora era echarles algunas olorosas esencias de un ‘Yo te amo’ sobre sus delicados pechos.

Corre el tiempo y a la vieja Lima llega el Agua de Florida para más tarde aparecer el Agua de Kananga y luego el Agua de Colonia, inventada hace más de trescientos años por un italiano en la añosa ciudad de Colonia, en Alemania. La Kananga para los chamanes, el vudú y los rituales esotéricos. Servía para todo y para todos. Para la limpieza y para llamar a la suerte o para la prosperidad; para atraer el amor o para eliminar las energías pesadas. Pero lo que tenía una enorme importancia era el Agua de Florida creada en la ciudad de los rascacielos allá por el año 1808. Agua refrescante de aroma a cítricos y al ámbar; del almizcle y el benjuí. Servía para más de mil usos.

Desde un perfume o como remedio para el corazón y el dolor de estómago, el de muelas y de garganta. Útil para las gárgaras pues sólo había que mezclarla con un poquito de agua tibia y listo para iniciar la conocida tonadilla. Y si a Fulanita le dio la pataleta pues ¡su Agua de Florida para la rabieta! Que si Mengano tiene algunas palpitaciones, ¡su agua de Florida al instante! Un moretón y un chichón en la cabeza del niño, su puñito con su agüita de Florida; para la jaqueca, el reuma o los antipáticos callos.

En los calurosos días de verano, la mezclaban con agua y servía para rellenar los chisguetes de carnaval. Estas viejas costumbres del sahumador o del baulito con el aroma de alcanfor, de los palillos y los ñorbos. De los capulíes, de la lavanda o la violeta, daban a los hogares un aire sedante y delicado. Y algo más, las ropas no podían ser usadas tal cual venían de la batea pues era imposible que rozaran la piel sin antes coger un gotero y echarles unas cuantas gotas de alguna fragancia como el de las rosas y el limón, de la naranja y de los infaltables jazmines y de eso se encargaban las manos de la abuela o la esposa.

Fuente:
Estampas Limeñas, José Gálvez • Lima / Apuntes Históricos, Manuel Atanasio Fuentes

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