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Los Uros, turismo flotante y a la deriva

Los Uros, el pueblo flotante del Lago Titicaca busca integrarse a la economía a través del turismo, la carta a la que la comunidad lo ha apostado todo pero que no parece consolidar sus expectativas dentro de un mercado en el que los beneficiados son otros. 

Los uros son un pueblo que se reparte entre Bolivia y Perú pero que es famoso por cómo viven en las islas flotantes que ellos mismos construyen en el lago Titicaca.

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Luego de arrastrar las totoras que crecen en lago, los diligentes Uros las utilizan para hacer una suerte de tejido y de esta manera edifican sus viviendas y construyen sus balsas pero también se las pueden comer. Es así que durante siglos su vida e historia en torno a esta suerte de junco y, al interior del lago navegable más alto del mundo, los protegió tanto de los incas como de los españoles y de sus invasiones.

Pero ahora a pesar que las islas artificiales les han servido de refugio contra la pobreza, y que en el lago encuentran todo lo necesario para subsistir, la mayoría de uros quiere dedicarse al turismo y en los últimos años han abierto desde hoteles hasta restaurantes. Así intentan sacar provecho de su singularidad y de su ubicación, ya que el Titicaca es la atracción turística peruana más conocida después de Machu Picchu y recibe 750.000 visitantes cada mes.

Pero no todos visitan a los Uros. Un informe de la BBC relata  el problema que viene sufriendo esta etnia altiplánica. Recibir visitantes se ha vuelto una competencia que está poniendo en un franco entredicho a todos los ocupantes del centenar  de islas que compone el Centro Poblado Uros Chulluni, donde viven más de 3.500 familias.

Una carrera por atraer turistas genera conflictos, y ha provocado incluso que algunos uros se alejen con su isla a otra parte del lago a intentar captar a sus propios turistas. Entonces por ganar una comisión.  Hay peleas entre familias y entre islas, y para agravar mucho más el asunto, a este juego especulativo del turismo han ingresado impostores que complican el desarrollo de esta industria.

Turismo objeto

Situado a unos 3,800 metros de altitud, en el lago hay alrededor de unas 80 islas en las que viven los uros, rodeados de misticismo. Titicaca -que significa puma de piedra- es según la leyenda el lugar del que surgió Viracocha, el Dios Sol, quien a su vez envió a Manco Cápac a fundar la próspera cultura inca en Cusco.

En cada isla conviven entre cinco y siete familias que subsisten gracias a la caza y la pesca que luego venden o cambian en el mercado de Puno. Además, realizan hermosos y coloridos bordados y artesanías de totora que venden a los turistas que les visitan. Cada isla tiene un presidente y hay un jefe máximo para todas ellas.

Aunque el modo de vida sigue siendo tradicional, junto a algunas de las casas pueden verse pequeños paneles solares que les proporcionan unas tres horas de electricidad por las noches.

Todas estas condiciones avivaron el proyecto de prepararse para recibir a turistas como lo hacen las experiencias de turismo rural más antiguas en la región: las islas de Taquile y Amantani. La peculiaridad de su forma de vivir hace que los turistas desvíen sus itinerarios en más de 380 kilómetros de su destino, Cusco, «solo para ver las islas».

Inmenso y coloridos. Los barcos de Totora son otro de los atractivos que adornan el Lago Titicaca. Foto: Giuliana Taipe

Pero las reglas del mercado turístico no les otorgan directamente a ellos los réditos que esperan. Por unos US$24 por persona, los uros ofrecen una caseta con techo de metal  para tener la experiencia de pasar la noche siendo un uro más.

Para cuando llegan los visitantes, previamente han sido interceptados por operadores turísticos, patrones de lanchas y hoteles de la región que explotan el potencial turístico de las islas con más éxito que sus propios habitantes: al menos 100 turistas arriban a esta venecia andina y lo recaudado por los locales solo suma entre 10 y 20 soles. Solo han venido para sacar instantáneas y comprar alguna que otra artesanía.  Nicanor Huamani, que regenta un albergue y un restaurante en Quechua en una de las islas de la localidad asevera: «Somos una atracción, como un objeto, pero no hay un beneficio para el pueblo».

Padres, hijos, hermanos y primos que comparten una misma isla compiten entre ellos en la venta de trabajos manuales, pese a que los visitantes apenas los compran. Sin embargo, antes de que esta pugna pueda empezar, todavía hay que ganar otra batalla: la que se da entre islas. Una vez se ha desembarcado, las actividades son limitadas, así que las lanchas solo suelen parar en una.

Sin comisión no hay paraíso

Según los datos de la Dirección de Turismo de Puno, el arribo de visitantes fue de 2.800 entre enero y agosto de 2016, y al pueblo flotante sólo llegan uno de cada 10 visitantes que se hospedan en la provincia de Puno, según este mismo organismo.

El resultado, según denuncian los uros, es que muchas lanchas y guías turísticos exigen comisiones a los uros por desembarcar a sus viajeros en su isla.

Juan Carlos Lujano, de 25 años, culpa a la chikata o guerra de comisiones de que su negocio familiar no despegue. Tiene un hospedaje con cabañas impecables y un lujo que no todos los uros pueden darse: un baño con ducha e inodoro. Pero en los seis meses que lleva abierto solo ha recibido a siete huéspedes.«Hay sobrepoblación y mucha corrupción», se lamenta.

Los dirigentes uros tratan de establecer normas para distribuir a los viajeros de forma equitativa por todas las islas. Como permitir que solo se puedan visitar las islas del norte un día y las del sur al día siguiente. Pero los uros más exitosos presionan para que se levanten las restricciones y a veces lo consiguen.

Otra medida que se tomó hace unos años fue la de cobrar por entrar al pueblo para repartir el dinero entre todas las familias. Pero la administración de Uros Chulluni asegura que muchos operadores turísticos se niegan a pagar el 100% de los ingresos.

Como consecuencia, en los últimos cuatro años, cada familia uro solo ha recibido un total de US$618 por este concepto, según afirma Néstor Jilapa, presidente de Uros Chulluni. Y algunas, como la de Juan Carlos, afirman no haber percibido nada.

La rivalidad turística crea tanta división entre los uros, que algunos optan por amarrar su isla a una barca y arrastrarla hasta otra parte del lago donde haya menos competencia. Es lo que hizo Saturnino Jallahui, que dejó las aguas tranquilas de Uros Chulluni para irse a una zona llamada Titino, donde los vientos fuertes le obligan a trabajar más en el mantenimiento de la isla, pero solo compite con otras seis familias por los turistas.

Uros y marca de identidad

Pero en esta batalla por captar turistas  sin bien es cierto disidentes como Saturnino han logrado arañarle un puñado de turistas a Uros Chulluni gracias a la alianza con guías turísticos, que buscan algo más vivencial y no un montaje,   hay otros imitadores que quieren usurpar el nombre de la etnia. 

Los más cercanos son los chimus, un pueblo totalmente distinto a los uros que vive a 20 minutos en auto de Puno y a orillas del Titicaca.

Desde la carretera que divide este asentamiento de casas a medio construir, se ve a lo lejos un trío de islas flotantes: «Mis paisanos las han hecho recién para poder vender artesanías y recibir turistas, pero yo no participo», explica el tesorero de la organización Ecoartesanías Totora Comunidad Chimu, Fortunato Coyla. «Para mí es una buena idea porque necesitamos trabajo».

En la región de Puno, una de cada tres personas es pobre, según los datos del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI).

Muchas comunidades nativas encuentran en el Titicaca un refugio contra la pobreza. Los uros cubren gracias a él sus necesidades de vivienda y comida y los chimu vivieron durante años de la venta de techos y colchones que fabricaban con la totora que extraían del lago. Una actividad que ha perdido mercado debido a la llegada de nuevos materiales.

Así que cuando dos familias disidentes de Uros Chulluni se ofrecieron hace tres años enseñarles a construir islas, la propuesta fue bien recibida. A cambio, les dejaron asentarse en la parte del lago que pertenece a la comunidad.

Pero hacer una isla flotante no es fácil. El proceso resultó tan agotador que al poco tiempo casi todos desertaron. Unos pocos persistieron hasta formar las dos islas maltrechas que ahora acompañan a la que trajeron los uros.

Fernando Torano, secretario del poblado de Uros Chulluni, se queja: «Están engañando diciendo que son uros, pero ellos viven en las montañas, en la ribera». El dirigente tiene clara la prioridad de su comunidad: «Por eso queremos pedirle al gobierno que nos patente».

Sobre qué deben recaer  esta patente. No sabemos si la exclusividad será con las islas, el nombre de los uros o su modo de vida acuático. Pero insiste en que los chimus no son sus únicos imitadores y que cada vez surgen más. Así están las cosas con los Uros una etnia que puede sentar precedentes sobre los registros de marcas sobre su identidad. 

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